Aunque sabíamos el resultado que acarrearía la travesura de irnos, escondidos de nuestros padres, al río Yubazo (San Cristóbal), que consistía en soportar uno que otro correazo con vocales y consonantes incluidas, una vez habíamos sido delatados por la piel ceniza, preferíamos eso antes de dejar de darnos un chapuzón en sus deleitosas aguas. Esa práctica la realizábamos día tras día, convirtiéndonos en repetidores de nuestros progenitores que sin darse cuenta en momentos se aventuraban a exponer sus recuerdos sobre el afluente.
Y es que décadas atrás la porción del río Yubazo, que pasaba por nuestro barrio nos regalaba aguas sanas y cristalinas que albergaban varias especies de peces y jaibas. Recuerdo a los nombrados “cola de espada” con diversos colores, entre ellos negros y amarillos, eran un verdadero espectáculo junto a los mal llamados peces “chopo”, fáciles de capturar. Además, la vegetación que rodeaba las sutiles corrientes del Yubazo hacían que el entorno se tornara más encantador.
En aquella abundancia de agua dulce de manera protagónica, la tilapia se producía en masas, cuya carne era confiable y saludable, vendida por la limpieza que caracterizaba el afluente.
Pero, conforme iba transcurriendo el tiempo, aquel hermoso lugar acabaría convirtiéndose en un charco moribundo.
Veíamos como la comunidad en gran manera solía pagarle a un personaje muy querido por todos, a quien apodaban “viejito”, con escasas fuerzas, por un peso cargaba en su espalda con un saco la basura… cuyo destino final eran las orillas del río Yubazo. Hoy reemplazado por los innumerables carretilleros que se pasan todo el día llevando más y más desechos al río, casi seco.
Hoy, en aquel afluente posiblemente no quedan esos pececillos de colores, y las tilapias que son hechas presas por algún desafortunado, tienen un nivel de contaminación que solamente la desesperación puede hacer que un ser humano la ponga en su boca.
La rivera del Yubazo está sufriendo las consecuencias de la irresponsabilidad masiva que se encarga de contaminarle desmedidamente, y que extrae indiscriminadamente sus agregados para la construcción, ante la mirada indiferente de las autoridades. Ya la vegetación se ha ido, y es sustituida por un muro que protege a las personas que viven tan cerca de ese río moribundo, que lo pueden abarcar con las manos.
Muros que sirven para protegerlos de la fuerza que traen las aguas en tiempos de huracán, pero, ¿quién protege al río Yubazo de su mayor enemigo: el hombre?
Eso es lo que queda del río Yubazo…