En vez de celebrar la exitosa emisión de bonos soberanos reciente, los habituales quejumbrosos de la oposición nueva vez desgarran vestiduras por el nivel de la deuda externa.
Tienen un chin de razón. Realmente hay alternativas al endeudamiento.
Pero ninguno de esos políticos criticones se atreve a decir qué harían si fuesen gobierno para no endeudarse.
Porque cortar la dependencia del financiamiento requiere lograr una o más de tres cosas.
Las más deseables serían milagros: un flujo de inversión extranjera directa tan enorme que ya no necesitemos préstamos ni bonos; o petróleo gratis y oro carísimo.
La segunda sería aumentar la presión fiscal; la tercera reducir gastos de inversión y corrientes (incluyendo servicio de deuda). Cobrar más impuestos o reducir el gasto público casi seguramente frenarían en seco el crecimiento, debilitaría el peso causando mayor inflación y haría al país menos atractivo para la inversión extranjera.
Quizás por eso los economistas que recientemente reclutó Abinader lo primero que hicieron fue prometer preservar la actual estabilidad, un piropo carambolesco enorme al gobierno.