Lo peor que puede pasar

Lo peor que puede pasar

Lo peor que puede pasar

Celedonio Jiménez

Muchas situaciones no marchan bien en nuestra sociedad. En anteriores oportunidades he dicho que tal condición es el producto de males de fondo en ella.

Cada día nos sorprende la pertinaz recurrencia de personas (adolescentes y adultos) en la búsqueda individual de “soluciones” a problemas estructurales y determinados colectivamente.

Las situaciones de miedo, ansiedad e incertidumbre generadas por los encierros que hemos vivido ya por más de un año, están llevando a muchos a romper las compuertas de manera desmesurada y equivocada, llevándonos a ser una sociedad en que cada vez somos menos dueños de nosotros mismos.

Los problemas de desempleo, de salud, de valores, los problemas generados por la imposibilidad de la docencia presencial y por las dificultades para llevar a cabo cada una de nuestras rutinas, explican parcialmente, el incremento en el consumo de drogas, sobre todo en nuestra juventud; esto lo ha expuesto el director del Centro de Rehabilitación Psicosocial y Desarrollo Humano, Dr. José López Mena, y lo han afirmado otros reputados profesionales de la salud mental.

La situación explica, además, la muerte de 152 personas (y 444 intoxicados), en el corto período de un mes, por el consumo de metanol o alcohol adulterado, llegando el número de víctimas mortales por este efecto a más de 340 desde que se inició la criminal producción y el lamentable consumo de la señalada ingesta.

Este consumo incrementado en la actualidad es una respuesta desesperada e irresponsable a la pandemia y a la incertidumbre que padece una porción indeterminada de nuestra población. Igual podemos decir de los insólitos actos de violencia, como por ejemplo, el escenificado por dos conductores que se enfrentaron a tiros, en plena vía pública motivados por ligeros choques de sus vehículos.

Aquí también se inscriben los injustificados actos de abuso y maltrato contra adultos mayores, y hasta contra animales domésticos indefensos.

Varios de nuestros medios de comunicación dan cuenta de escándalos y desórdenes que se llevan a cabo tras actividades recreativas y en torno a plazas, bares y piscinas. Y noticieros televisivos nos hacen visualizar, como a las viejas usanzas del oeste norteamericano, a jóvenes en barrios pauperizados, algunos sin camisa, blandiendo armas que en ocasiones tienen como blanco a personas.

Estos hechos que hacen nuestra atmósfera social irrespirable, son coronados con actos de delitos sexuales, de suicidios, homicidios, y de abominables actos de corrupción por figuras de la alta burocracia civil y militar, que apuntan a un grave colapso moral de la sociedad y el Estado.

Todo lo dicho anteriormente nos reta a cambiar, desafía a actuar para ser una mejor sociedad, más digna y amigable.

Una sociedad en que existan normas, que sobre todo se cumplan, porque “la ausencia de normas o su mera obscuridad –anomía- es lo peor que le puede ocurrir a la gente en su lucha por llevar adelante sus vidas” (Zygmunt Bauman).



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