En el último año, tal vez más que antes, creo que pensamos más en “lo que realmente importa” o por lo menos eso quiero creer.
Quiero creer que la pandemia, lejos de diezmarnos, nos ha dado la oportunidad de pasar un balance más real de lo que tenemos, queremos y podemos.
En nuestro día a día, plagado de responsabilidades, exigencias y necesidades, el tiempo vuela y se escurre de nuestras manos sin una alarma que nos aterrice. Ahora es el momento de soltar el “automático” y ser más “manuales”, viviendo y sintiendo con cada fibra de nuestro cuerpo, y dejando de culpar al entorno de lo que hemos dejado de hacer y a lo que hemos renunciado.
Nuestras decisiones son personales y no deben estar supeditadas a los demás ni a sus necesidades y deseos. La distancia, las pérdidas y el aislamiento que vivimos por meses no deben ser olvidados… esa enseñanza no debe ser colocada en el saco del olvido ni dejada a un lado del camino.
Lo aprendido debe acompañarnos siempre para que nos ayude a ser cada día mejores personas y tomar mejores decisiones.
Ahora, según mi cristal, lo realmente importante es el ser. Sí… el ser feliz con uno mismo. El ser feliz con lo mucho o lo poco. El ser feliz para los que nos quieren… pero sobre todo “ser y estar”, pues de nada sirve “un buen deseo” si no se acompaña de acciones y presencia.
La alegría no viene envuelta en papel de regalo ni llega todos los días por “obra y gracia del Espíritu Santo”… la felicidad se construye paso a paso, día a día y decisión tras decisión. La felicidad es un compromiso permanente con nosotros y con los demás.
Debemos recordar que, actualmente, la depresión afecta a 264 millones de personas al nivel mundial. Es tiempo de prestarle atención a cómo nos sentimos y a lo que sentimos para no formar parte de estas cifras. Por eso, reconocer “lo importante” es el primer paso para disfrutar una vida más auténtica, real y feliz.