En un hecho sin precedentes, el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, planteó algo insólito el pasado 14 de septiembre en Cúcuta, Colombia, cuando se descantó como partidario de una intervención militar en Venezuela para derrocar el gobierno de Nicolás Maduro.
“En cuanto a una intervención militar para derrocar el régimen de Nicolás Maduro, creo que no debemos descartar ninguna opción”, dijo Almagro.
Esas declaraciones han escandalizado hasta a los políticos y líderes más conservadores de la región, pues no se concibe que semejante idea venga, precisamente, del secretario general de un organismo regional como la OEA, que pese a estar desacreditado, se precia de ser un ente de equilibrio para la integración y la paz, no para la guerra.
Al margen de su enfermiza obsesión contra Nicolás Maduro, tan solo por esta última declaración a favor de la agresión militar contra un país miembro del organismo, Almagro merece ser destituido deshonrosamente de la Secretaría General de la OEA, pues tanto la Carta de la Organización de Naciones Unidas como la Carta de la OEA prohíben y proscriben expresamente los actos que atenten contra la integridad territorial, la soberanía y la independencia política de los Estados miembros.
Pues en teoría dicho organismo está para lograr “un orden de paz y justicia, fomentar su solidaridad, robustecer su colaboración y defender su soberanía, su integridad territorial y su independencia”.
El artículo 2 de la Carta de la OEA establece rotundamente que, dentro de los “propósitos esenciales” de la organización se encuentran afianzar la paz y la seguridad del continente, así como promover y consolidar la democracia representativa dentro del respeto al principio de no intervención.
Es increíble que Almagro sea más grosero que los propios Estados Unidos cuando sus tropas invadieron República Dominicana en 1965. Aunque envió 42 mil soldados a mancillar la soberanía dominicana, esa potencia lo hizo invocando eufemísticamente una denominada “Fuerza Interamericana de la Paz”, para lo cual contó con la complicidad de gobiernos títeres de la región.
Afortunadamente las cosas cambian. Y 50 años después, la idea de una intervención militar en Venezuela ha recibido un rechazo unánime en la región, pues hasta el llamado Grupo de Lima se ha manifestado en contra. Conste que este grupo lo integran países cuyos gobiernos son visceralmente adversos a Caracas.
De hecho, al día siguiente de las desafortunadas declaraciones de Almagro, Argentina, Brasil, Costa Rica, Chile, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú y Santa Lucía suscribieron un comunicado donde expresaron su rechazo “ante cualquier curso de acción o declaración que implique una intervención militar en Venezuela”. Incluso, Colombia, que no suscribió el documento por otras razones, descarta la vía armada contra su vecino.
La autodeterminación de los pueblos es un principio inalienable, y los asuntos internos de Venezuela deben resolverlos los venezolanos. Almagro lo sabe, lamentablemente está de psiquiatra.
Ayúdalo Freud, pues como decimos los dominicanos, lo de este hombre no tiene madre.