En el año 1983 me gradué de Filosofía en la UCMM con un tesis que elaboré con un gran amigo titulada La noción de infinito como superación del concepto de totalidad. Esta tesis fue el resultado con mi encuentro con el Dr. Emilio Brito sj, a quien acudí luego de que el primer maestro de tesis no iba a poder acompañarme por motivos ajenos a su voluntad. El tema que le llevaba no lo rechazó Brito, pero me ofreció prestarme un libro y que luego de leerlo, si deseaba cambiar de tema o mantener el que tenía, como quiera él nos iba a acompañar. La lectura en menos de 15 días de Totalidad e Infinito de Emmanuel Levinas cambió profundamente mi compresión de la ontología y ha marcado mi antropología hasta el presente.
Las grandes cuestiones que enfrentamos hoy día a nivel político, social, cultural y hasta religioso, es la tensión entre a) cerrarnos en una visión de la realidad, usualmente del pasado, y evitar toda transformación (totalidad), o b) abrirnos a explorar otras realidades y formas de organizarnos para seguir evolucionando como especie (infinito).
Ambas posturas tienen serios riesgos, pero indudablemente apostar a la novedad, al cambio, a la evolución, es el único camino deseable, salvo que consideremos que la innovación en el espíritu humano se agotó.
No es una simple cuestión de conservar o cambiar, el problema lo genera quienes tienen el poder en el estatus quo actual. Semejante conflicto se desató al final del siglo XVIII entre quienes ferozmente defendía el orden monárquico absolutista y los que empujaban hacia la república, la democracia y los derechos humanos. Semejante al gran debate en el siglo XIX entre los partidarios de la esclavitud y los que impulsaban la emancipación de todos los esclavizados. Y por supuesto en el siglo XX la lucha por los derechos de la mujer que enfrentó a los que querían mantener un régimen patriarcal misógino.
A nivel de la Iglesia Católica lo percibimos en el esfuerzo de una corriente con Francisco a la cabeza que empuja la Sinodalidad, la inclusión plena de los laicos y sobre todo la participación de la mujer en todos los niveles. Esta corriente fresca e integradora procura erradicar el clericalismo (de curas y laicos) de la Iglesia Católica y que la voz de todos sea escuchada. Los efectos de esos cambios se notan paulatinamente, pero todavía se percibe mucho culto al poder, una difusión de la culpabilidad que busca someter los espíritus y los énfasis en la forma y no en la misericordia.
En el plano político la democracia (o sociedad abierta como la llamaba Popper) es cercada por discursos totalitarios de extrema derecha que promueven el racismo, la xenofobia, el odio contra las mujeres y el autoritarismo en el ejercicio del poder. En América tuvimos los casos de Trump y Bolsonaro, en Europa este tendencia se expresa en Hungría, Polonia, Austria, en Italia y con impulso en España y Francia. Todos promoviendo el cercenamiento de derechos, la apelación a discursos violentos y machistas, una religiosidad integrista, la denigración del diálogo racional y sensato, la negación de la ciencia y la promoción de discursos chovinistas.
En Europa ascienden mediante los mecanismos democráticos existentes con propuesta que amenazan a la democracia. Construyen discursos falaces que estimula el miedo y el fanatismo en una población sometida a la imbecilidad de las redes sociales. Aprovechan la deriva populista y conservadora de gran parte del liderazgo de izquierda que tumbaron sus banderas para ganar espacio con la agenda imperialista de Estados Unidos y la holgazanería partidaria que abandonó la labor organizativa y el pensamiento crítico.
Vivimos tiempos en que los votantes son arreados insensatamente hacia sistemas cerrados, totalitarios, y quienes debían impulsar la novedad (eso que Levinas llamaba infinito) se han aburguesado groseramente.