Como se acerca la campaña electoral, el discurso está dominado por dos discursos de extremos: el cataclísmico y el edulcorado.
Todo está terriblemente mal, o maravillosamente bien, sin ningún tipo de punto medio. Todos sabemos, sin embargo, que las cosas no son así.
La realidad, y sus riquezas, se encuentran en los grises que habitan esos dos polos.
Siempre digo que, en el contexto latinoamericano, República Dominicana es una historia de éxito. Tenemos décadas acumulando crecimiento económico y con estabilidad política.
Claro está, esto no es suficiente para la sociedad que nos merecemos, pero es un buen fundamento. Es cierto que, para potenciar nuestra economía, es necesario fortalecer aún más los servicios públicos. También lo es que nuestra democracia adolece de graves carencias. Pero no se trata sólo de saber dónde estamos, sino de dónde venimos.
Y, pienso, ahí es que se nota el gran progreso de nuestro país. Un avance que, además, tiene la virtud de no ser producto de momentos extraordinarios de crecimiento, sino que ha sido constante.
Esto no fuera posible sin el concurso de una ciudadanía cada vez más consciente de sus derechos y sus deberes, de una clase empresarial que ha decidido reinvertir sus ganancias en el país, de un contingente formado de servidores públicos que hace andar al Estado y de una clase política con un alto sentido de la responsabilidad.
Somos más maduros de los que nos gusta reconocer, y tenemos una capacidad inagotable para superar nuestras crisis y fracasos. Es por eso por lo que el futuro dominicano llena de esperanza.
Todos, de una manera u otra, contribuimos diariamente a crear y mantener una sociedad distinta y mejor a la que heredamos.
Es importante que eso se recalque con frecuencia, porque sabernos exitosos es un incentivo para no cejar en nuestros esfuerzos. Ni somos un paraíso, ni un infierno. Somos una sociedad capaz de avanzar y mejorar diariamente. Los retos que tenemos por delante -y son muchos- no son insuperables para nosotros. Somos afortunados, debemos aceptarlo y poner manos a la obra. Faltan muchas cosas buenas por venir.