Observo algo muy recurrente en la gente joven. Un miedo muy profundo a equivocarse.
Tan grande que les lleva a no actuar en muchos casos e intentar solo aquello que saben es seguro.

Y creo que tenemos mucha culpa los adultos que les estamos presionando para que sean perfectos en todo y eso, al final, es imposible. Yo crecí con otro mensaje. Siempre escuché en mi casa que no dejara que nadie me dijera que yo no valía para algo, eso formó mi parte más combativa que sale a flote ante cualquier contratiempo y me lleva a intentar siempre alcanzar una solución.

Ahora, en cambio, veo a muchos jóvenes que prefieren no arriesgarse, que huyen de cualquier problema que consideran complicado y prefieren tirar la toalla. Hoy en día existen muchas más oportunidades, maneras y formas de avanzar que cuando yo comenzaba la andadura de la madurez.

Pero la sociedad está catalogando, estamos mejor dicho, a los jóvenes de una manera que creo les estamos coartando la libertad para ser, para equivocarse, para tener un bagaje emocional que les permita desarrollar una personalidad fuerte.

Les estamos haciendo débiles, vulnerables, sin capacidad de adaptación y sobre todo con unos niveles de manejo de los problemas muy precario.

Y también estamos dándoles demasidas respuestas en vez de permitir que las encuentren por ellos mismos, les facilitamos todo por un intento de controlar y resolver, sin darnos cuenta que les coartamos la posibilidad de armarse de herramientas que les permitan enfrentar lo que venga.

Tanta y tanta información que nos llega, tanto análisis y estudios de todo, y no somos capaces de apuntalar lo básico, lo sencillo, aquello que marca los pilares que nos permiten ser felices.