“Qué triste se oye la lluvia/en las casas de cartón”, Los Guaraguao.
Los gobiernos no tienen la culpa de que llueva, pero sí de que se caigan los puentes, que en una escuela recién construida llueva adentro y escampe afuera por los vicios de construcción que nadie sanciona.
Obras Públicas no puede impedir la crecida de los ríos, pero sí puede evitar que una comunidad se inunde cada vez que llueve por no construir un muro de contención, no canalizar apropiadamente un río o encachar una cañada.
También puede evitar que infelices levanten barrios en las riberas de los ríos arriesgando la vida.
Nuestros ingenieros de hoy deberían sentir vergüenza al ver que la Catedral Primada de América, construida entre 1514 y 1541 esté intacta, mientras puentes, carreteras y escuelas recién hechas colapsan con un temporal de unos días.
Obras que fueron construidas durante la tiranía de Trujillo se mantienen intactas (véase los edificios del Centro de los Héroes, antigua Feria), mientras que muchas escuelas construidas el año pasado ya presenten grietas y filtraciones. Después de gastar más de 1,500 millones en el Darío Contreras hubo que gastar decenas de millones para corregir defectos de construcción un año después, y sin sanción para nadie.
Ahí está el histórico puente Duarte, contra el cual no pudieron los bombardeos de Wessin (en 1965), ni el descuido de años, ni Miguel Vargas con sus muros New Jersey.
Ahora tenemos puentes, escuelas, carreteras y hospitales desechables.
Por eso las últimas dos semanas de lluvias nos han dejado más de 10 mil damnificados a nivel nacional y solo en la región Sur 42 puentes colapsados, 13 carreteras dañadas, 18 caminos vecinales afectados y numerosos muros de gaviones destruidos.
Recordemos que en noviembre del año pasado los torrenciales aguaceros provocaron daños estimados en más de 20 mil millones de pesos, sobre todo a la agricultura y obras de infraestructuras.
¿Es que acaso el Ministerio de Obras Públicas no cuenta con un departamento para supervisar y fiscalizar las obras que realiza?
Ni hablar de ese engendro llamado Oisoe, que además de que nunca debió existir, para lo único que ha servido es para hacer millonarios a unos cuantos vivos y para que los presidentes y ministros de turno hagan gala de su “sensibilidad” y “amor” por los damnificados.
Pero más allá de la demagogia presidencial, la incapacidad o mañosería de ministros, ingenieros o empresas constructoras, además de los presuntos “supervisores”, lo que más evidencian las lluvias sobre mi querida tierra es la pobreza y vulnerabilidad en que viven miles de familias de dominicanos en toda la geografía nacional.
En esto se parecen a los de la marcha verde contra la corrupción y la impunidad: en República Dominicana los aguaceros sirven para desnudar nuestras miserias. Es como si el cielo mismo quisiera decirles a los funcionarios: mira cuántos pobres hay allí, o a los ingenieros, observa lo mal que hiciste ese puente o esa escuela.
Todo ser humano sensible se entristece, se solidariza con las miles de familias damnificadas tras cada temporal y las inundaciones que provocan cuando lo ve en el televisor o en las páginas de los periódicos.
Pero no basta con lamentar, hace falta voluntad política para invertir allí donde hace falta, para proteger vidas y bienes. Claro, primero hay que acabar con la corrupción y la impunidad.
Aunque muy pequeño, el proyecto de La Nueva Barquita es un ejemplo de que cuando se quiere se puede, ¿por qué no replicarlo?
¿Por qué no sancionar a los ingenieros que construyen un puente que se cae con cualquier aguacero?
Pero sobre todo, ¿por qué no dejar de coger tanto, de gastar tanto en propaganda en lugar de invertir en reubicar a miles de gente pobre que vive en zonas vulnerables?