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Llamado del Episcopado

Wilfredo Mora Por Wilfredo Mora
Wilfredo Mora
Wilfredo Mora

Con miras a que no pase desapercibido la celebración del natalicio del heroico patricio Ramón Matías Mella y la fiesta de Independencia en la conjugación del 181 aniversario de la liberación del yugo haitiano, y año jubilar del Episcopado Dominicano de la Iglesia católica, vamos a hacernos ecos de la encíclica de los obispos, dedicada al tema del fortalecimiento de la esperanza, para que nos conduzca a la fe y la solidaridad.

Una vorágine de tristes y extraños eventos están ocurriendo en casi todos los países, dejando a su paso resultados que están impactando negativamente en la gente, quitándole aquello que necesita para alentar de otra manera la vida, la familia, la casa común que es la naturaleza, la paz social, política y económica.

Afortunadamente –y así es como debemos creerlo–, para los obispos de nuestras iglesias, la familia dominicana es una fortaleza, y entre sus muchas virtudes, está la de reforzar la esperanza y la solidaridad.
Desde la perspectiva cristiana, la esperanza es un compromiso de luchar para que se haga realidad conforme a la voluntad de Dios.

Mantener esta virtud requiere asumir un compromiso transformador; pero, desde una visión antropológica, puede ser un método para interpretar la rica y contradictoria diversidad de los sucesos de nuestra América Latina en llamas, y en cuanto a República Dominicana, un modo válido de recuperar la polivalencia de las expresiones sociales que están siendo aplastadas por gobiernos que violentan el pacto social y democrático, o por dictaduras que se multiplicaban a lo largo y ancho del continente.

Pero también la esperanza es un principio que da un nuevo impulso a la concepción que incluye la función de la utopía, como motor esencial de la historia.

Figuras como Pedro Henríquez Ureña, en La utopía de América, Osvaldo de Andrade, en Marcha sin fin, o como Alfonso Reyes, en No hay tal lugar y Ultima Tule, ofrece una revalorización de la esperanza en el mundo entero.

Confieso que me ha gustado esta encíclica del Episcopado Dominicano. Tenemos que transmitir el valor de la esperanza a los que los necesitan. “Ciertamente el cimiento de la esperanza radica en la fe de Cristo” –ha dejado claro.

La historia de los pueblos que sufren deben enfocarse en utopías realizadas, en anhelos, en proyectos, en esperanzas que no sean frustradas, para que no lleguemos a un punto de vivir con la desesperanza.

Termina la pieza del Episcopado con los siete escenarios a los que todos los dominicanos debemos ofrecer un signo de esperanza: a los internos de las cárceles (lugares inhóspitos e incapaces de realizar su rol regenerador), a los enfermos (sin recursos económicos), a los jóvenes (que no trabajan ni estudian), a los migrantes (que padecen la falta de seriedad de la movilidad humana), a los adultos mayores (en estado de abandono), a los pobres (desprovistos de viviendas dignas y educación de calidad), y, por último, al medio ambiente (que amerita un mayor cuidado).

La esperanza es la noción de lo “nuevo del futuro”. Es importante que todos seamos testigos de ella en su relación con la realidad de “lo dado”, con la realidad de “los otros”.

La evocación final del Episcopado: “Ser testigo de la esperanza implica vivir con valentía, amar y ser solidario en un mundo adverso”.

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