En la República Dominicana la impronta del marxismo fue enorme desde los años sesenta hasta finales de los ochenta, que primero entró al escenario de forma tenue, y después, tras el ajusticiamiento de Trujillo, afloró en obras inspiradas en esa ideología.
La única literatura que se concebía como válida era la literatura socialmente comprometida. Haberse atrevido a explorar otros temas constituía una traición a los ojos de los defensores de tamaño verbo estético. De ahí que aparecieran una infinidad de obras literarias, en la novelística, el teatro, la cuentística y hasta en la poesía, que se inspiran en el compromiso y llevan siempre el sello marxista.
Si en los países socialistas la literatura se convirtió en propaganda ideológica, no menos fue el destino de la literatura dominicana en el período de la Era, pues ese tipo de literatura estaba marcada por la propaganda del régimen, por la del Hombre providencial, no por una idea.
El compromiso social en la literatura terminó con la caída del muro de Berlín. Los escritores dominicanos, que se habían pasado todos esos años repitiendo los eslóganes marxistas como papagayos, y gallaretas, de buenas a primeras se han encontrado sin temas y sin compromiso con nada.
Hoy asistimos al triste espectáculo de la literatura “light” en nuestros escritores. Es la lógica consecuencia de lo que Vargas Llosa llama la civilización del espectáculo, una banalización que también abarca el periodismo, la política y las artes en general.
Pues, bien, los escritores dominicanos en su vasta mayoría se vendieron a la literatura “light”. No ven la sociedad y los profundos problemas que la aquejan. Solo un escritor, Roberto Marcallé Abreu, Premio Nacional de Literatura 2015, es la excepción a la regla, el único en enfrentarse en términos literarios con la disolución que amenaza con llevarse al país por delante.
De ahí que, entiendo, la Patria de Duarte se encuentre en su fase terminal, un barco destartalado a la deriva. Si el escritor dominicano tuviera un mínimo de sentido y de amor propio, entonces entendería que, en la presente situación, lo que se necesita en el país es una literatura que abogue por un compromiso nacional.
El escritor dominicano tiene que tomar un especial interés en la historia de su país, en las raíces de su pueblo, en su cultura, no como mero folclor, sino como expresión de pensamiento y de profundos sentimientos; tiene que redescubrir los escritores del pasado y tratar de buscar en sus obras un hilo conductor que lo pueda orientar en los tiempos actuales.
Vivimos tiempos de retos difíciles, no tiempos a tomarse con ligereza farandulera, pues los dominicanos nos estamos jugando nuestra propia sobrevivencia como pueblo y como nación independiente.
La situación que estamos viviendo actualmente debería convertirse, por lo tanto, en el tema central y en la razón de ser de la literatura dominicana del presente y del futuro. Este es el auténtico compromiso que se le puede pedir a la literatura de hoy en la RD.