Desde que vamos teniendo “uso de razón” nos vamos familiarizando con los límites. Estos nos permiten, desde la infancia, aprender qué está permitido y qué no… dónde avanzar y dónde detenernos.
En pocas palabras, nos ayudan a distinguir la línea dónde terminan mis derechos e inician los de los demás. Esa voz de la conciencia que los padres van moldeando con la saludable práctica de decir “no” y mantenerlo cuando sea necesario.
Sí, como lo están leyendo. Como no estamos solos en el planeta, pues convivimos con un montón de gente que, al igual que nosotros, debe seguir y respetar reglas, el uso correcto del “no”, con su respectiva explicación de su razón de ser, es un ejercicio saludable que va enseñando al niño a actuar respetando las normas que nos distinguen como sociedad y seres con ciertos niveles de raciocinio. Aunque muchos piensen que no y actúen como “chivos sin ley”, la realidad es que no debe ser así.
Como seres humanos tenemos la obligación de restringir nuestros impulsos cuando estos van en contra del equilibrio del entorno o cuando dañan a nuestros seres queridos o a nosotros mismos.
Y es que cuando tomamos la decisión de hacer “solo lo que queremos”, olvidamos que nuestras acciones pueden desencadenar un efecto dominó en contra de la convivencia sana.
Los límites nos dicen: “Hasta aquí puedo llegar, más allá no”. Aunque estos no suelen gustarle a la gente, por representar el freno de los deseos, caprichos y acciones, solo reflejan el nivel de conciencia del ser humano y están asociados al autocontrol y el equilibrio.
Creo que lo que más le desagrada a las personas de los límites es la “ley de consecuencia” que viene implícita con ellos, pues cada uno de nosotros debemos responder por nuestras decisiones y actos, siempre y cuando atenten contra los demás y el orden creado por la sociedad.
Es esencial aprender a establecer nuestros propios límites en lo que sabemos que no es conveniente ni para nosotros ni para nuestra comunidad. Ninguna persona puede vivir sin fijarse algún límite, pues hasta la vida misma lo tiene.
Recuerden: Con los límites se gana raciocinio, prudencia, cuidado y respeto.