Los(as) atletas dominicanos(as) han hecho con su participación en los XVIII Juegos Panamericanos que los ciudadanos de nuestro país nos sintamos cada vez más orgullosos de ellos.
De 41 países participantes en los mismos, el país quedó dentro de los 10 con mejor posición, encontrándose dentro de éstos potencias deportivas como Estados Unidos, Brasil, Canadá, México y Cuba.
De las 40 medallas obtenidas por el país, 10 fueron de oro, lo que significa que los deportistas dominicanos que las obtuvieron quedaron, dentro de su categoría, por encima de atletas de países con una geografía, población y presupuesto inmensamente superior a los de nuestra nación.
Qué decir de nuestras “Reinas del Caribe”, que con el oro obtenido han recargado de orgullo y satisfacción al país, consolidando la identidad nacional y el sentimiento de dominicanidad. ¡Salve reinas!
Estos deportistas son grandes embajadores y con sus triunfos han puesto en alto el nombre de la República Dominicana, y no sólo los victoriosos, sino también los que fracasaron en el intento, pues con sus llantos mostraron su gran corazón.
Una indagación sociológica sobre nuestros atletas nos indica el origen y la condición socio-económica eminentemente subalterna o marginal de la gran mayoría de ellos. De ahí se puede inferir los esfuerzos, las penurias y los sacrificios que los mismos han debido padecer para hacerse atletas de alto rendimiento y competidores exitosos.
Varios de nuestros medios de prensa han mostrado en diversas ocasiones fotografías de las desvencijadas viviendas en que mal viven algunos de los deportistas que, antes o en esta ocasión, obtuvieron preseas de oro, de plata o de bronce.
Sobre la realidad existencial que presentan estos representantes del deporte del país, el Estado debe tomar partida garantizándoles condiciones de vida dignas.
Los esfuerzos que el país haga respecto al deporte aficionado deben verse como parte de la estrategia de desarrollo nacional y de nuestra juventud.
Esto plantea un aumento del presupuesto al deporte y la recreación. Un aumento que supere los ínfimos presupuestos destinados al sector y un aumento presupuestal distinto a los ridículos incrementos acostumbrados, como el producido este año respecto al existente en el 2018 (de 0.28%). Debe ser un aumento para invertir notoriamente en la infraestructura del sector, en los atletas, en el pago a los entrenadores y en las federaciones deportivas.
Como la mezquindad no es uno de mis atributos, me permito, finalmente, saludar a los que cumpliendo con su responsabilidad ministerial o institucional, y a los que asumiendo la tarea de apoyo financiero, material o técnico al deporte aficionado, han contribuido para que nuestros atletas lo hayan hecho bien en Lima, y más que todo, para que lo sigan haciendo bien en nuevas justas deportivas nacionales e internacionales.