No voy a referirme aquí a una de las tantas categorías “inventadas” por los españoles para justificar la explotación de gente no ‘blanca’ en nuestro continente durante los tres siglos que duró la colonización y que además de esta “casta” incluía indios, negros, mulatos, mestizos, cambujo, morisco, zambiago y un largo etc.
El saltapatrás es una persona que al analizar un tema o buscar la solución a un problema lo hace apoyándose en hechos del pasado, “porque antes, ese tipo de cosas no pasaban” y porque “antes las cosas se hacían correctamente y ahora nada sirve”.
Gente con ese tipo de pensamiento abunda más de lo que algunos puedan pensar. Y conste, que estudiar el pasado siempre será útil para no repetir errores, para aprender y superarnos como especie, como sociedad. No para otra cosa.
En teoría, nadie quiere ser considerado un saltapatrás, por más que lo sea en pensamiento, palabra u obra. Mucho menos si hablamos de un líder.
Sin embargo, en nuestra fauna política abundan los líderes y pseudos líderes con visión y posiciones retrógadas, y aunque les adviertan que se pueden convertir en estatuas de sal, no resisten la tentación de mirar hacia atrás.
Pero no solo en política. El liderazgo nacional, cultural, deportivo, religioso, empresarial, académico y social está cundido de individuos de estas características.
De hecho, hay instituciones que no avanzan porque al frente de la misma hay, precisamente, un “saltapatrás”.
Todos somos testigos de que incluso personas que se consideran buena gente, ante el desbarajuste del sistema, claman como si dijeran algo inofensivo: “aquí hace falta un Trujillo”.
Por lo general, quienes así se expresan lo hacen espontáneamente, sin malicia. Es una expresión que, dentro de su ignorancia política, sirve para reflejar su frustración con el actual orden de cosas, es decir: delincuencia común, actos inmorales, desorden, construcciones de mala calidad, porque en su mente el tirano significa orden y respeto.
Digamos entonces que aunque no se justifica este tipo de reacción es comprensible en gente con escaso desarrollo político, cultural, en un indigente intelectual, en alienados con aire de paramilitares de nuevo cuño.
Sin embargo, cuando se trata de un líder con formación (de derecha o de izquierda), un académico, un abogado, una persona mínimamente ilustrada, entonces estamos ante un auténtico oportunista, que busca capitalizar el miedo al cambio y montarse en una ola conservadora a sabiendas del daño que le hace a las presentes y futuras generaciones.
Estos oportunistas son los peores, porque todo lo calculan en función de sus intereses particulares, personales o grupales.
Saben disfrazarse de nacionalistas, patriotas, hablan de Dios como si fueran el mismísimo San Pedro o la Virgen María, pero en el fondo son lacras capaces de dañar a toda una nación.
Hablan de posmodernidad y desarrollo, pero representan el atraso, la corrupción, desigualdad, la injusticia y las políticas más abyectas.
Un líder saltapatrás, aunque se pinte de otra cosa, no es más que “un servidor del pasado en copa nueva/un eternizador de dioses del ocaso”, como diría Silvio Rodríguez.