Luis Beiro Álvarez (La Habana, 1950) es abogado, escritor y periodista; lleva décadas haciendo vida intelectual en nuestro país, con una obra publicada prolífica, de calidad y de múltiples registros o géneros.
En 1995 me solicitó el prólogo para su poemario titulado “Libro de Luis Ernesto”, cuya segunda edición, de este año, está circulando.
Entonces, escribí, en la tónica de Julio Cortázar, una carta prólogo que, en dos entregas, comparto con los lectores de esta columna. Es una modesta forma de reafirmar mi homenaje al destacado escritor, grande amigo y a su hermosa familia.
El prólogo a este Libro de Luis Ernesto fue escrito ya por ti, con las agallas, la ternura y el coraje necesarios.
Nadie, pues podía hacerlo mejor, por cuanto los versos prosados -dicho como Vallejo- en él, son expresiones desgarradoras de la crudísima y dolorosa experiencia de la separación entre hijo y padre.
En ocasiones, ciertamente, y como producto no sólo del dominio de la técnica poética coloquial, de arraigada tradición y altos vuelos en Cuba, sino también del hiriente filo de la nostalgia y el extrañamiento, me provocaba el discurrir por las páginas de tu libro interrogantes acerca de si era el poeta quien hablaba, como hijo, sobre su padre; o si bien, la voz del hijo pasaba de la esperanza a la desesperación, volviéndose una voz austera, amarga y tristemente adulta.
Este es un libro en el que la ética fuerza a repliegue a la estética. Sin exigirle, claro está mayores sacrificios. No busca nada nuevo ni raro. Es un libro testimonial, un libro que conjuga, hasta la más lírica intimidad, el vivir y el decir de un poeta condenado al destierro y a la soledad, por la intriga infeliz que engendran la mediocridad y la prebenda de espíritu, que es la limosna más rastrera; cuando no el burdo servicio ideológico y el patrioterismo rapaz a diestra y siniestra. Este es un libro cuyas galerías, paisajes y colores son del alma.
De ahí que su escritura oscile, con la parsimonia que ofrece la tristeza acumulada, entre la sencillez y el brillo del verso martiano, y la rabia feroz de Manuel de Zequeira y Arango, poeta y decimero del siglo XVIII –ejercicio este último tan caro a ti, Luis, y a tu labor investigativa- que Lezama Lima considera de entre los fundadores de la poesía cubana, y que escribió un verso tan prodigioso y hondo como este: “Lloró culebras y sudaba furias”.
Libro testimonial e intimista; libro de un padre a su hijo; pero no un libro privado ni hermético, mucho menos un idiolecto. Es un libro, Luis, apoyado en su tiempo y espacio; una escritura cuyo lenguaje entronca, aun sea lacónica o casi secretamente, con las esencias de la cultura cubana contemporánea, y por supuesto, con la circunstancia actual y sus instituciones jurídico-políticas.
Para nadie es un secreto que la Cuba de hoy, otrora modelo de los progresos del socialismo en América, la Cuba de hoy, insisto, llora culebras y suda furias, y lanza sus hijos a la voracidad del mar o a una laberíntica miseria, tal y como acontece en el capitalismo de la pobreza en otros países.
He aquí, como muestra, un poema titulado Quién soy: “Ni traidor / Ni cortesano, / un hombre con pecho / y sangre / del color de sus orejas. / Un hombre para ver / y respirar su infeliz limitación; / un hombre con un hijo / y su mujer pagando deudas no comprometidas / un hombre / propio / innegociable / en fin, indivisible, y que brilla con su luz / a pesar de las tormentas”.
Continuará.