Si bien el tolerante puede ser tolerante con la intolerancia -en palabras de Voltaire- hay que concluir –y salta a la vista- que la tolerancia se define con el respeto al otro.
Ante esta lógica, la conclusión es elemental: tiene que ver con los límites de la libertad del otro. Si soy libre de decir lo que quiera, debo conocer, pues, los límites de la tolerancia, que se fundamenta en el respecto a los derechos del otro.
Lo que parece difícil es lograr una libertad universal frente a los fundamentalismos y creencias religiosas, que nacen de las libertades individuales ortodoxas en que se funda la vocación terrorista.
La intolerancia universal se justifica ante el terrorismo individual.
Cuando la libertad individual posibilite – y permita- el terror para matar indefensos ciudadanos que ejercen la libertad de expresarse, se impone la libertad de la fuerza racional universal. Los derechos individuales se pierden, en efecto, cuando se ejercen para disponer de la vida del otro, y para violar los derechos ajenos. La libertad de expresión es un derecho universal.
Por tanto, su ejercicio no puede ser conculcado por nadie cuando alguien disiente de tus juicios individuales.
Porque el otro también está ejerciendo los mismos derechos que te pertenecen por tu condición humana universal.
Después de la tragedia de la revista satírica francesa “Charlie Hebdo” -en enero pasado-, Europa ha experimentado un refugio en las páginas del libro “Tratado de la tolerancia”, de Voltaire, editado en 1763.
La resurrección de Voltaire se expresa, pues, en la tirada de 20 mil ejemplares. El millón de personas y de mandatarios que marcharon exigiendo respeto a la libertad de expresión en Francia y el mundo llevaban como pancarta esta obra empolvada del filósofo de la Ilustración, quien con su sobria sonrisa, nos dice: “La intolerancia ha cubierto la tierra de matanza”. Si hoy todos somos Charlie es en honor a la libertad de expresión, y Voltaire sería Charlie.
El fundamentalismo religioso no tiene sentido del humor. Esa es la conclusión para entender la razón suficiente que esgrimió el grupo de terroristas que llevó a cabo esta masacre.
Francia, cuna de los derechos humanos y patria de la Ilustración, representa la víctima propiciatoria que demanda una unidad de civilización occidental para fortalecer la cultura de la libertad y ejercerla frente a la censura de los fundamentalismos religiosos, que practican el terrorismo individual.
Lo terrible de todo esto sería que esta atmósfera de terror dé pie al fortalecimiento de los nacionalismos radicales y a la xenofobia irracional.
El peligro reside en desatar en Europa un sentimiento islamófobo, como sucedió en Alemania, con la marcha de 20 mil personas en Dresde del grupo Pegida, contra otra de 100 mil personas, que pedían tolerancia entre religiones. De modo que Alemania está dividida frente al Islam: o repudio al terrorismo islamista o la convivencia pacífica.