En la Bitácora de la pasada semana concluía con la definición de poder de Romano Guardini que lo diferencia de la energía de la naturaleza por el factor de la voluntad humana: sólo hay poder en cuanto uno o varios seres humanos deciden ejercer una acción sobre otros.
Podemos comprender el poder en tal sentido como una relación entre dos actores (humanos necesariamente), en la que un actor A despliega una acción para que otro actor B haga o piense en función de los fines que persigue A. A y B pueden ser una o varias personas. Los medios pueden ser tan sutiles como la persuasión o tan terribles como la tortura. El límite del poder es el asesinato de quien pretende ser controlado y se resiste hasta su último aliento, pero a la vez puede ocurrir (y ocurre a menudo) que quien intenta ser dominado se rebele y termine sometiendo o destruyendo a quien intenta sojuzgarlo.
Existe una tensión entre la libertad y el poder. En cuanto seres sociales nuestra libertad está circunscrita a las posibilidades de la sociedad y las relaciones de poder. No existe una libertad fuera de la sociedad. En 1719 Daniel Defoe publicó una novela titulada Robinson Crusoe que trata de un náufrago inglés que pasa 28 años en una remota isla desierta. Crusoe pasó a ser un símbolo de la libertad fuera de la sociedad, con sus ventajas y desventajas, pero el náufrago ya era un hombre formado en sociedad y gran parte de sus actividades en dicha isla fue replicar los modos, usos y costumbres que había aprendido antes de estar abandonado en esa remoto lugar.
Otro ejemplo es el caso del niño-lobo de Aveyron, un adolescente hallado el 18 de enero de 1800 en las afueras de esa ciudad francesa y que carecía de comportamiento humano en todos los sentidos. Por último, regresando a la literatura, recordemos el famoso Tarzán, un personaje ficticio creado por Edgar Rice Burroughs (1875-1950) y publicado por vez primera en 1912, la historia narra de un niño criado por simios y que comienza a ser humanizado de adulto cuando se encuentra con los primeros seres humanos y llevado a Inglaterra.
Si la sociedad -tal como citamos a Aristóteles la pasada semana- es lo único que permite la vida plenamente humana, y está vertebrada por el poder y a la vez la única libertad posible está en la sociedad, entonces sociedad-poder-libertad forman una unidad indisoluble.