La semana pasada escribí sobre la imperiosa necesidad que tiene la República Dominicana de rescatar su reputación y, en consecuencia, el valor de sus intangibles, para ser un país viable.
Justamente acabo de recibir el último informe del Reputation Institute, que amplía el contexto de mi exposición.
En el ‘ranking’ de naciones con la reputación más elevada Suecia aparece en el número uno y llama la atención cómo el primer ministro Stefan Löfven explica el posicionamiento.
“Esto es el resultado, de hecho, de nuestro modelo social, que crea no solamente crecimiento, sino libertad, equidad y seguridad”, ha declarado Löfven.
Reputation Institute aporta una métrica que saca el concepto de lo puramente etéreo. El incremento de un punto en el nivel de reputación por parte de un país se refleja en un aumento de 0.9 % de turistas per cápita. Asimismo, cuando un país logra aumentar un punto en su reputación, esto se refleja en una variación positiva de 0.3 % en su ratio de exportación.
Si partimos de que está surgiendo una nueva era en la que los intangibles de la reputación subrayan el cambio político, social y económico, no hay que poner en dudas los impactos antes señalados.
En el ‘ranking’ de los diez países con mayor reputación, la lista que a continuación comparto permanece en gran medida estable, según Reputation Institute: Suecia (81.7), Finlandia (81.6), Suiza (81.3), Noruega (81.1), Nueva Zelanda (79.7), Australia (79.6), Canadá (79.2), Japón (77.7), Dinamarca (76.7) y Holanda (76.1).
El poder económico, su desarrollo, la tasa de crecimiento, el tamaño de la población o del territorio no necesariamente contribuyen con una mejor reputación.
El mayor peso relativo (51 %) es aportado por los siguientes conductores: la gente es amistosa y acogedora; el lugar garantiza seguridad; el país es hermoso; el estilo de vida es atractivo, el país es agradable, ético y participante responsable de la comunidad global.
Todos esos “drivers” se resumen en libertad, equidad y seguridad, las tres plataformas fundamentales de Suecia.
Ese es nuestro gran reto. ¿Cómo lo asumen los aspirantes presidenciales? Al menos en el discurso, el hueco conceptual es notorio y penoso.