La vida es, en esencia, un compendio de historias en las que cada uno elige si actuar como protagonista, espectador o un personaje secundario. Nosotros somos los que elegimos qué papel jugar y nosotros somos los únicos responsables de los resultados de esa decisión.
Desde pequeños, aprendemos a moldearnos según los guiones que otros escriben para nosotros: las expectativas de la familia, las normas de la sociedad, las tradiciones que se repiten sin cuestionarse.
Sin embargo, llega un momento en que debemos decidir si seguimos en un papel que no nos pertenece o si nos aventuramos a escribir nuestra propia película, nuestra propia historia… esa que disfrutamos y que nos hace sentir felicidad.
Cuando hablamos de “vivir nuestra película”, nos referimos al acto de tomar control sobre nuestra narrativa. No es una idea basada en la fantasía, sino en el poder de elección: definir lo que significa la felicidad, el éxito y el propósito, más allá de lo que se considera convencional.
Vivir nuestra propia historia implica aceptar que no todos los capítulos serán perfectos; habrá escenas de fracaso, momentos de incertidumbre y giros inesperados.
No obstante, es precisamente en esos momentos donde se forja una historia auténtica y significativa.
Esta libertad de crear y vivir nuestro propio guión es un acto de valentía. Es decidir que la vida no es una serie de eventos que ocurren a nuestro alrededor, sino un viaje en el que participamos activamente.
Cada elección, paso y pausa para cambiar el rumbo es un acto de autoría. Así, aunque la trama no siempre sea lineal y haya capítulos que no entendamos en el momento, sabemos que la historia es nuestra.
Decidir vivir nuestra propia historia también significa aceptar que hay una diversidad de historias ajenas, comprender que cada persona tiene derecho a su propio guión, incluso si difiere radicalmente del nuestro.
No estamos aquí para imponer tramas ni juzgar los capítulos de otros, sino para reconocer que en esta vasta colección de relatos humanos, cada uno tiene un espacio único.
Al final, lo que realmente trasciende no es una vida perfecta, sino una vida vivida con intención, donde cada escena refleje nuestra verdadera esencia.