Una cosa es libertad de pensamiento, creencia y prensa, otra muy diferente, y contraria a la misma, es la opinión pagada para favorecer actividades delictivas, sean públicas o privadas. Lo segundo corrompe de manera esencial la libertad de prensa, mata el desarrollo de una democracia madura y convierte la mentira en verdad a fuerza de repetirlo.
La sociedad dominicana abonó con sangre y sufrimiento el reconocimiento de la libertad de pensamiento. Muchos jóvenes pagaron con su vida el poder expresar sus ideas. Los 31 años de Trujillo fueron una tumba donde se sepultaba toda disensión y el terror llegó a tales niveles que hasta en la intimidad de los hogares y las amistades más sólidas se evitaba tocar cualquier tema que cuestionara al régimen.
El tiranicidio liberó las fuerzas contenidas y muchos actores salieron a plantear sus ideas en las calles y medios de comunicación. Bosch mismo al llegar al país planteó la consigna de que había que matar el miedo. Pero los sectores agazapados con la muerte del déspota iniciaron una cacería contra quienes expresaban el deseo de que se consolidara la democracia y se iniciaran reformas en búsqueda de la justicia social para todos los dominicanos y dominicanas. Se utilizó el epíteto de comunista para atacar a estos sectores, incluso el mismo Bosch fue atacado virulentamente por los sectores más reaccionarios y la Constitución del 1963, por sus grandes avances en derechos y dignidad para todos los habitantes del país fue blanco de todos los ataques furiosos de los enemigos de la libertad y la justicia. Bosch resistió esos ataques hasta su derrocamiento.
El golpe de Estado nos sumió en una orgía de asesinatos y represión que comenzó a disiparse con el triunfo del PRD en el 1978, salvo la honrosa excepción de la Revolución Constitucionalista del 1965 que fue sofocada por las tropas norteamericanas en alianza con las calañas más detestables del país. Hay muchos sectores de este país que le deben pedir perdón al pueblo dominicano por los centenares de muertos y la represión que provocaron a este pueblo al sumarse al golpe de Estado contra Juan Bosch.
El ambiente de libertad que la sociedad dominicana respiró a partir del gobierno de Antonio Guzmán, no sin fallas evidentes, llevó a una conclusión muy dolorosa: antes no nos dejaban hablar, ahora podemos hablar pero no nos escuchan.
Todos los movimientos culturales, que fueron un esfuerzo de conciencia crítica durante la dictadura de los 12 años de Balaguer, se extinguieron y muchos de los que fueron líderes de la lucha por la democracia y la justicia social al convertirse en personeros de los gobiernos traicionaron sus ideales.
Ese proceso se repitió en dos ocasiones. Mientras en los 80 y 90 gran parte del liderazgo del PRD se corrompía y los del PLD mantenían viva la llama contra la corrupción, cuando el PLD se convirtió en Gobierno, especialmente a partir del 2004, siguió la misma ruta del PRD y desarrolló una estrategia de cooptar la opinión pública comprando periodistas y comunicadores que han pasado a ser definidos como “bocinas”. Las fortunas personales de esas bocinas no soportan un escrutinio estricto.
Hoy que la prensa tradicional, que se expresaba mediante los periódicos y los noticieros radiales, languidece frente a la diversidad de los medios digitales la verdad no tiene valor alguno. Vivimos en un entorno de “opinadera” barata y sin rigor profesional. Centenares de comunicadores se expresan en blogs, redes de comunicación y toda suerte de artilugio digital, atacando, defendiendo, divulgando imágenes y vídeos, sin ningún rigor, alentando el morbo y reclutando a quienes visceralmente piensan como ellos.
Payasos como el nieto de Trujillo y especies semejantes se valen de esta selva de la comunicación para difundir mentiras, alentar el racismo, la xenofobia, el machismo y la aporofobia. Y se suman a ellos las bocinas que construyen imágenes y discursos pagados para influir sobre la opinión pública. Nada de eso es libertad de prensa, sino perversión de dicha libertad.