En mi vida he asistido a centenares y centenares de conferencias de todo tipo: cátedras magistrales, discursos, exposiciones, etc. Algunas cautivantes, otras aburridas, unas que dejan ganas de seguir escuchando, otras en que el público aplaude como señal de que el expositor se calle, incluso en ocasiones he visto a la mayor parte del público abandonar la sala.
Cuando era Decano intenté normar esas actividades en mi Facultad, estableciendo como límite para expositores entres 15 y 20 minutos, nunca más de dos expositores, y no pretender reunir más de 30 o 40 invitados como público. ¿El motivo? La exposición oral está diseñada para comunicar dos o tres ideas, con claridad y precisión, y si utiliza como respaldo un PowerPoint® este debe tener el esquema de la exposición, nunca el texto detallado. Leer la exposición ayuda a controlar el tiempo, siempre que se lea con entonación adecuada.
Sobre el público, no buscar las masas, ya que el criterio de éxito no es el número de asistentes, sino la calidad de la exposición. Cada asistente debe tener el interés de lo que se va a exponer y eso usualmente no supera las tres docenas. Arrear público para llenar salones es una perversión.
Para todo lo demás, más allá de las 2 o 3 ideas de una exposición oral, el método es la lectura. Leer es la herramienta para aprender a fondo un tema, para explorar un asunto que tiene multiplicidad de divisiones. Nunca exponer oralmente lo que está llamado a ser leído.