Lecturas y superficialidad

Lecturas y superficialidad

Lecturas y superficialidad

Roberto Marcallé Abreu

Este fin de semana me trasladé al Aeropuerto Las Américas a recibir amigos y parientes. Estos tiempos navideños poseen un encanto extraordinario para todos y más aún para los que radican en el exterior y que anhelan, con verdadera ansiedad, ese encuentro con los suyos, su país, sus costumbres y tradiciones.

Noté que las diversas áreas de la terminal han sido objeto de positivas remodelaciones. Facilidades y servicios han sido sustancialmente ampliados y la atención que en otros tiempos lucía un tanto descuidada es evidente que ahora se encuentra muchísimo mejor atendida.

Por supuesto, nunca faltan las exaltadas expresiones de alegría, los fuertes abrazos, las sonrisas y las carcajadas, los expresivos saludos. Un observador algo distraído puede apreciar significativos cambios en las maneras de vestir, saludar y acicalarse de nuestros connacionales.

El ruido ambiental de los altavoces de otros tiempos se ha reducido y en la parte exterior de la terminal existe un mayor cuidado, disciplina y orden lo que resulta en un verdadero alivio para los propietarios de automóviles.

Solo que los pensamientos se van lejos. Tuve la dicha de viajar de manera muy intensa y frecuente por muchos años. Las personas, percibo ahora, con sus naturales excepciones, son en general más calladas, menos festivas. Todo el mundo arrastra muchos bultos, maletas, paquetes. Pero si algo resulta evidente, y puede que esté equivocado, es el generalizado desinterés que se aprecia en la lectura y los libros.

Serán los tiempos. Las contadas librerías sobrevivientes en la geografía nacional, pronto serán tema del pasado. Ya hace mucho que ese proceso ha ido avanzando indetenible. Los libros son, cada vez menos parte del equipaje.

Por cierto, uno de los motivos de mayor alegría que viví durante los años que residí en Nicaragua, era visitar sus fantásticas librerías ubicadas en diversos lugares de Managua, en las tiendas del área comercial denominada Santo Domingo y muchos otros lugares.

En esos fabulosos lugares disfrutaba de tantas innovaciones editoriales que solo se obtienen en las grandes plataformas digitales y no siempre.

Cuando era un muchacho, tanto nosotros como los amigos de entonces, sentíamos un inmenso amor por los libros. Los venerábamos y disfrutábamos como un verdadero tesoro. Nos desafiábamos a ver quién podía enfrascarse en una discusión consistente del Ulises de Jame Joyce, la Montaña Mágica de Thomas Mann, los voluminosos textos de Tolstoi, Jean Paul Sartre, Marcel Proust, Dostoievski, los enigmáticos relatos de Poe, Borges, H.P. Lovecraft…
Ahora, uno se sobrecoge cuando se anuncia un Premio Nobel de Literatura que contadas personas conocen, y que, debo decirlo con toda franqueza, cuando se leen con la avidez propia de quien cree que va a descubrir un mundo desconocido, resulta en todo lo contrario.

Carece de validez discutir los positivos avances logrados en las artes gráficas. y digitales. Sí me entristece el enorme volumen de insensatez, superficialidad, vacuidad, temas burdos, y absurdos y francamente estúpidos con que se tropieza en el mundo digital que, dígase de paso y a su favor ha ampliado sustancialmente nuestros horizontes.

De todas maneras, hay que saludar alborozados los inmensos recursos que la tecnología ha proporcionado, a los amantes de las letras. Algo que me preocupa es la sustancial reducción de lectores, aunque pueda estar muy equivocado, así como la ausencia de trascendentes textos literarios.

Me preocupa que no existan más manifestaciones literarias, un mayor número de charlas, textos de gran calidad en los medios culturales. Sinceramente prefiero aquellos tiempos en que se veía a tanta gente absorta en la lectura en vez de dejarse sustraer por una pantalla celular en la que el porcentaje de lo irrelevante es definitivamente desolador.