Este periodo de aislamiento físico, debido al COVID-19 me ha dejado muchas enseñanzas, de muchas de las cuales tenía conocimiento, pero no asumía ni practicaba como debía porque me dejaba arrastrar por el paquete de responsabilidades y exigencias que creemos que son “esenciales”… y tal vez no lo son tanto.
Lo que empezamos a vivir por esta pandemia fue difícil de asimilar para todos. Navegamos entre la preocupación y la incertidumbre de lo desconocido, tratando de sobrellevar el pánico generalizado del contagio, los efectos de una economía detenida y la impotencia de ver la ignorancia e inconsciencia de gran parte de la población… y si seguimos la lista no terminaría.
Cada quién ha vivido esta cuarentena como ha podido.
Casi tres meses han pasado y no sabemos, a ciencia cierta, como seguiremos, pero la reactivación total es inminente, aunque siguen las dudas de sí conviene o no. Lo que sí es seguro es que la “covidianidad” es responsabilidad de todos… cada uno de nosotros debe asumir su compromiso de cuidarse y cuidar a los demás.
Sin importar los escollos de esta situación, seguimos aquí y seguimos en pie y eso ya es ganancia, por lo que, primero que nada, debemos dar gracias.
Lo segundo es darnos ese tiempo de comparar lo que éramos antes de que llegara esta pandemia (cuáles eran nuestras prioridades) lo que fuimos durante la cuarentena (cómo logramos enfrentarla sin morir en el intento) y lo que podemos construir con lo aprendido.
Mi gran lección de esta cuarentena ha sido que debo y puedo “bajar el ritmo” y eso no significa que mi productividad se vea afectada.
Estos tres meses me regalaron muchas cosas, pero sobre todo me obsequiaron “tiempo” para mí, para mi casa (ya no es mi hotel) y para los carajos de mi vida. Hubo otras lecciones y cada quién debe tener las suyas. Lo que sí es cierto es que nada podrá ser igual.