Contrario a lo que suele plantearse desde el enfoque jurídico, lo que sostiene al sistema democrático, y a la misma Constitución, no es su naturaleza jurídica ni las normas que la rodean.
Es imposible que así sea porque implicaría un razonamiento circular equivalente a afirmar que las normas jurídicas se sostienen porque son normas jurídicas. Esto es decir algo y no decir nada.
Lo que verdaderamente sostiene a los sistemas democráticos es la lealtad mutua con la que operan los actores y participantes del sistema.
Esto incluye a los políticos de gobierno y oposición, así como a los ciudadanos y los órganos públicos que no responden a las urnas.
Estas relaciones de lealtad son tan necesarias como multidireccionales. El gobierno no debe usar el poder público en contra de la oposición, la oposición debe ser justa en sus críticas, los ciudadanos deben evitar las expectativas de imposible cumplimiento, y los órganos públicos no electos deben reconocer que la razón de su existencia es servir de elementos moderadores de la vida pública, no suplantar a quienes sí reciben los votos.
Aunque, visto así, parecería que todos tienen sólo responsabilidades con los demás, sin que nadie las tenga con ellos, pero en realidad es lo contrario, porque cuando se vulneran estos límites se degrada la convivencia democrática, pagando todas las partes las consecuencias en carne propia.
Los gobernantes pasan a ser oposición y a recibir el trato que antes daban a otros, la oposición alcanza el gobierno y tiene que estar a la altura de las críticas injustas que antes hacía, los ciudadanos se arriesgan a que gobierne y ejerza el monopolio de la violencia legítima una persona o grupo que no valora las reglas democráticas, y los órganos extrapoder son objeto de ataques políticos que no están preparados para resistir.
Mantener la salud del sistema democrático es una responsabilidad de todos. Las ventajas que pueden obtenerse atacándola son efímeras y tienen un precio muy alto, tal y como podemos comprobar examinando la experiencia de muchos países en la región.
Es seguro que las frustraciones propias de la democracia son menos onerosas que la incertidumbre y violencia que nos espera fuera. Siempre insisto en que los dominicanos hemos sabido cuidar mejor nuestra democracia de lo que nos gusta reconocer. Hago votos por que así siga siendo.