Laureano Guerrero

Laureano Guerrero

Laureano Guerrero

Mario Emilio Pérez

Una buena parte de los premios Nobel de literatura ha pasado por alguna de las vertientes del ejercicio periodístico.

Correr tras la noticia, muchas veces pateando la calle, para luego relatar lo visto y oído en ese duro y riesgoso quehacer, ha convertido a periodistas en narradores literarios.

Merece destacarse el hecho de que por los caminos de la escritura encerrada en la cárcel de la objetividad periodística, se llegue a la libertad contenida en la ficción artística.

Fue lo que ocurrió con el comunicador social Laureano Guerrero, de cuyas neuronas brotaron primero noticias, reportajes y entrevistas, para luego alumbrar tres interesantes novelas.

Mi niño lindo, Mozura y Cheché, son los títulos de estas obras, donde se dan la mano en armoniosa unión, la fantasía y la realidad.
Por mi condición de amigo y colega de este apasionado y laborioso escritor, he sido favorecido por él con la donación de estos productos de su firme vocación literaria.

En su programa televisivo Punto Final, el genial Freddy Beras Goico y yo relatábamos con carga de humor situaciones vividas durante los años de estrechez económica de nuestras familias.

Pero al leer casi de una sola sentada la novela Mozura, de Laureano, en gran parte autobiográfica, pensé que la pobreza que sufrí en mis años de infancia y parte de la adolescencia, fue mucho menor que la que este padeció junto a sus padres y hermanos.

En un estilo llano y directo, sin oscuridades de alardes metafóricos, ni manifestaciones de resentimiento social, nos mete de lleno este autor en el infierno de una paupérrima cotidianidad vivencial.

Ojalá que nuevas obras surjan del techo pensante de este ex mal pagado periodista criollo.



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