Cuando John Steinbeck escribió su épica novela sobre la Gran Depresión escogió como título “Las uvas de la ira”, en referencia a Apocalipsis 14:19-20, versículos que describen cómo un ángel siega la tierra, y el fruto maduro, consecuencia de las acciones humanas, es sometido a la ira divina.
Para Steinbeck, como para Juan de Patmos, la metáfora hace referencia al sufrimiento que causan las inconductas humanas.
Visto así, las revelaciones sobre lo lejos que llegó en Brasil el intento de golpe de Estado por parte de Jair Bolsonaro nos permiten decir que en ese país se han cosechado las uvas de la ira.
No podemos olvidar que Bolsonaro llegó al gobierno porque el juez Sergio Moro usó sus poderes para perseguir por corrupción a los miembros del Partido de los Trabajadores (PT) de Lula da Silva.
La selectividad de los procesos llevados por Moro saltaba a la vista. Lo que se supo después –y ya ha sido comprobado por sentencias firmes– es que, además, colaboró ilícitamente con el Ministerio Público brasileño, llegando a darle instrucciones sobre cómo llevarle el caso para él poder favorecerlo en perjuicio de los investigados.
Incluso, en medio del proceso electoral de 2018, que culminó con la victoria de Bolsonaro, el candidato presidencial del PT Fernando Haddad, fue acusado de haber recibido contribuciones electorales irregulares en 2012.
Al final, no fue condenado, pero el golpe de efecto electoral buscado se logró y Bolsonaro llegó a la Presidencia. Para sorpresa de nadie, Moro fue premiado con el Ministerio de Justicia.
Bolsonaro intentó reelegirse en 2022, pero perdió de Lula, que ya era hombre libre gracias al colapso del proceso en su contra cuando se hicieron públicas las maniobras de Moro.
Lejos de aceptar su derrota, Bolsonaro tramó un golpe de Estado que fracasó, en gran medida, porque los jefes de la Fuerza Aérea y el Ejército brasileños se negaron a colaborar. Es decir que la democracia brasileña estuvo a punto de colapsar.
Ese, y no otro, fue el resultado de la canalización política de los procesos judiciales brasileños.
Aunque, por suerte, en el horizonte dominicano de los candidatos presidenciables no se otea un Bolsonaro, debemos aprender la lección que nos deja la experiencia brasileña.
Evitemos caer en la misma trampa porque sabemos de la clase política que tenemos hoy, pero no de la que podamos tener mañana.