Las revistas son el centro vivo de una cultura en movimiento, en un momento dado. Crean el ambiente -o la atmósfera- que estimulan la lectura y la escritura, y aun la investigación.
Asimismo, la discusión, la crítica y la polémica, cuerpos vivientes de una sociedad y una cultura.
Son el presente por donde transitan las ideas y la cultura de un país; en fin, son, en el fondo, el espejo que refleja la luz de una tradición literaria.
La historia de una literatura nacional es, en cierto modo, la historia de sus revistas, que miden, más bien, la temperatura y la circulación de los órganos de difusión.
Sin embargo, en este mundo virtual o digital, las revistas culturales parecen cosas del pasado. Muchas han desaparecido; otras se han transformado en ediciones exclusivamente digitales y algunas cambiaron sus soportes de lectura.
Las revistas han servido de refugio -o plataforma-a muchas generaciones y movimientos literarios, y de ahí que han constituido instituciones literarias esenciales en el devenir y perfil de no pocas tradiciones culturales.
Algunas dejaron una impronta o huella en la memoria editorial y cultural de una región, país o continente.
Estos órganos de proyección o promoción de textos sirven para oír el latido de la cultura y medir la temperatura de la creación literaria.
Espacios de reflexión y crítica, las revistas son también organismos vivos que mantienen encendida la llama de una tradición letrada.
Así pues, las revistas sostienen un diálogo con la tradición escrita. Retrato de su tiempo y radiografía de la vida intelectual, para conocer una literatura específica, las revistas son recursos escritos que permiten historiarla.
Son así la memoria escrita y viva de una época que permite aquilatar los estilos, las formas de escritura, las ideas que circularon y los debates que encendieron una época histórica.
Las revistas, en efecto, crean un clima intelectual.
Sus páginas son el reflejo de un tiempo y la genealogía moral de los hombres y mujeres de una época. No es posible escribir una historia literaria local o nacional al margen de sus revistas.
Estos espacios de circulación de ideas son también receptáculos, donde los escritores despliegan su imaginación y su creatividad, y los intelectuales, su pensamiento crítico.
Pueden ser empresas culturales, oficiales o autónomas, independientes o de un grupo, pero, de cualquier modo, son esenciales en la historia de una Nación.
Muchas de las más espléndidas páginas del periodismo literario y cultural se publicaron en revistas. Gran parte de la literatura del siglo XX en España y América Latina circuló en revistas y en los suplementos culturales de los periódicos.
Darío y Martí, Rodó y Pedro Henriquez Ureña, Ortega y Gasset y Unamuno, Alfonso Reyes y Octavio Paz, Vargas Llosa y Borges, Carlos Fuentes y Sábato, Cortázar y Fernando Savater han sido sus protagonistas. Poblaron –y pueblan- las páginas de ideas, pensamiento e imaginación de los diarios y revistas, y fueron – y son- una escuela de estilo, sensibilidad y escritura.
Desde Orígenes y Sur, hasta los Cuadernos Hispanoamericanos y Vuelta; desdePlural y la Revista Hispánica Moderna hasta la Revista Iberoamericanae Ínsula, desde Quimera y los Cuadernos Americanos hasta Nexos y Letras Libres, las revistas han contribuido a tejer el panorama de las letras del continente mestizo, desde la Tierra del Fuego hasta Alaska, desde España hasta los Alpes.
Madrid o Barcelona, Buenos Aires o La Habana, las ciudades también han sido escenarios y teatros de gestación y distribución, consumo y lectura de revistas que caracterizaron su vida cultural e intelectual, y dinamizado su mundo editorial, durante el siglo XX.