ubo un tiempo que la mayoría de los hombres y mujeres únicamente se enteraban de las ideas y opiniones de otros a través de lo que escuchaban de sus congéneres. Mientras más aislados se encontraban, menos información obtenían.
Aquellos que vivían en el entorno de los centros de poder, de los puertos y escuelas, aunque fueran analfabetos, tenían un gran caudal de informaciones por la mucha gente con que interactuaban. Por supuesto las ciudades eran escenarios donde rumores y noticias circulaban diariamente, no siempre veraces. Los que aprendían a leer y tenían acceso a libros, sabían mucho por sus lecturas, además del intercambio con otros lectores. Pero eran minorías.
En el siglo XIX la educación se amplió a las grandes masas, sobre todo en Europa, y surgieron los periódicos que difundían noticias locales y del exterior. La prensa era un canal en una dirección y la difusión de sus noticias seguía en gran medida los criterios de los dueños de dicho medio. Luego el cine, la radio y la televisión ampliaron la difusión de ideas, emociones y noticias, no solo se leía, sino se escuchaban y se veian.
La sociedad dominicana en los años 50 se nutría por la prensa escrita, la radio y al final por la televisión de los criterios de la tiranía. El cine era suministrado por las producciones mexicanas y españolas, con películas que no cuestionaban el orden social y se centraban en el humor y las situaciones amorosas, todas con alto grado moralizante a la manera tradicional. Es a partir de los años 60 que se abre el cine dominicano a las producciones norteamericanas y la música en inglés ganó adeptos entre los jóvenes.
Siempre eran comunicaciones que partían de pocos centros y esperaban de la mayoría una aceptación acrítica de las ideas, estéticas, informaciones y rumores que suministraban. Al finalizar el siglo XX y sobre todo en las dos décadas de la presente centuria que las redes sociales hacen su aparición gracias a la plataforma del Internet. Este fenómeno hizo que la comunicación se hiciera absolutamente multifocal y todos podían opinar, comunicar, informar, desinformar y propalar sus filias y fobias al resto del universo como si fueran verdades sólidas.
Sin defender la veracidad de los medios tradicionales, que no lo eran, lo cierto es que las redes sociales se han convertido en un caos de informaciones y opiniones que reflejan las pocas virtudes y las muchas miserias que constituyen las sociedades humanas. La verdad no existe en el mundo de las redes sociales, únicamente la lucha de opiniones vulgarmente estrechas. Millones de tendencias pugnan por ganar adeptos y como la mayoría es poco crítica, se difunden tonterías, perversiones y sandeces.
Hoy más que nunca se impone la educación del criterio y el rigor del pensamiento crítico, no para cernir lo que aparecen en las redes sociales, sino para buscar la verdad en los hechos y los fundamentos de la realidad social. No existe la mentada post-verdad, ya que lo verdadero se vale por sí mismo frente a una mente lúcida. Las opiniones, aunque la repitan millones, no llegan a ser verdad, eso lo sabemos desde los griegos clásicos.