Al observar las situaciones judiciales por las que atraviesan los expeloteros David Ortiz y Juan Encarnación me surgió compartir con ustedes algunas experiencias que he tenido trabajando con los peloteros durante los torneos de invierno.
Muchas mujeres que van a los estadios demuestran más conocimientos sobre el béisbol y de las interioridades de los jugadores que cualquier hombre de esos que son “fiebruses”.
Ellas están al día sobre los bonos que reciben al firmar por primera vez y sus actuaciones en los circuitos minoritarios.
Muchas de ellas buscan enlazar a uno de los jóvenes para casarse con la gloria. Ustedes saben lo que significa tenerle un hijo a uno de ellos.
Recuerdo que una vez, en los Gigantes del Cibao, decidimos mover los jugadores del complejo Las Caobas a apartamentos en San Francisco de Macorís y varias mujeres andaban “despavoridas” para enterarse cómo iban a quedar ubicados los muchachos.
Una vez teníamos a un joven lanzador, quien nunca se quedaba en San Francisco de Macorís, pero un día lo pusieron a tirar y lo hizo de manera excepcional con una bola rápida a 100 mph. y su impacto fue tan instantáneo entre las feminas que antes de terminar el juego, me mandó a decir con uno de los trabajadores del clubhouse que le buscara una habitación en el hotel que se iba a quedar y jamás volvió a su casa durante esa temporada.
También hubo otro jugador que se asfixió “tanto” de una dama en el estadio, que me consultó porque estaba decidido a dejar su esposa y dos niñas, y le aconsejé que no, porque sería el mayor error que podía cometer. Gracias a Dios me escuchó y ahora cada que nos vemos me lo agradece de manera infinita.