Santo Domingo.-Las lluvias del ocho de noviembre se ensañaron contra una fachada que durante décadas había escondido una espantosa pobreza detrás de glamour de los hoteles boutique, el servicio todo incluido, el surf, el turismo inmobiliario y más recientemente los cruceros.
Puerto Plata lucía sus lencerías para mostrarse como una digna “Novia del Atlántico”.
Esa pantalla oculta en la periferia de la ciudad, la estela del ingenio cerrado, el hacinamiento, la degradación del medioambiente, el empleo informal, las viviendas inadecuadas, la falta de agua potable y otros males que explican que el 44.7 % de los hogares de la provincia de Puerto Plata se consideran “hogares pobres”, según el perfil que sobre la misma ofrece la Oficina Nacional de Estadística.
Las lluvias de los dos últimos meses se confabularon para poner al desnudo la pobreza pestilente, que huele a heces fecales y a agua negra, mientras a la distancia se observa el mar que enriquece la industria del turismo o las apagadas chimeneas del ingenio Montellano.
La noche del ocho de noviembre marcó la vida de moradores de sectores como Buenpán, Villa Melecia y Semán.
“No he vuelto a dormir tranquila. Desde que se nubla temo que pueda volver a pasar”, cuenta Kenia Isabel Enrique, cuya vivienda logró permanecer en pie luego de las lluvias, aunque al borde del peligro.
“Fue algo muy doloroso y muy triste, pues nueve casas de vecinos se derrumbaron y aún estamos en peligro”, cuenta mientras muestra las grietas del piso de su casa de cemento, techo de zinc y divisiones de cartón.
Rosa Martínez y su esposo Elison Moisés están vivos para contarlo.
Su rancho fue levantado a la orilla del río Camú, y para supuestamente evitar crecidas la erigieron sobre pilotillos, que le dan mayor altura al piso.
“Como a la cinco de la mañana los vecinos vinieron a decirnos que teníamos que salir, cuando salimos ya el agua nos daba casi por el cuello.
No pudimos salvar nada, solo nuestra vida”, cuenta Elison, un inmigrante haitiano que apenas tiene cinco años viviendo en Puerto Plata, pues duró 19 años en San Pedro de Macorís.
Luego de que las aguas bajaron, retornaron a su rancho, la mitad quedó destruido y la otra parte, aunque inservible para cualquier otro, para ellos es el albergue donde esperan la llegada de una ayuda que pudiera permitirles salir de allí de manera definitiva.
Duermen en un colchón que recibieron del Despacho de la Primera Dama, pero prefieren quedarse allí por temor a que ante cualquier plan de reubicación los dejen fuera.
Al salir del rancho, se muestra majestuoso un elevado farallón que fue desbordado por el río luego de varios días continuos de lluvia.
Sin embargo, su rancheta no se cuenta entre las viviendas destruidas, pues aún sigue en pie, aunque precariamente.
Protegido por Dios
Ramón Méndez Rodríguez es otro morador del sector Buenpan que dice haber sido protegido por Dios, pues los derrumbes no ocurrieron en la noche pese a que la inundación se produjo a las cinco de la mañana.
Las casas empezaron a caerse en horas de la tarde, arrastradas por el desplome de los gaviones de piedra que dos años antes habían sido construidos por las autoridades con el supuesto propósito de proteger al sector de las crecidas.
La estructura millonaria reprobó en la primera prueba y al caer arrastró consigo nueve viviendas que estaban al borde de esa construcción.
Entre los escombros, Méndez Rodríguez cuenta que el río duró alrededor de cuatro días creciendo de manera consistente, hasta que la fuerza de las aguas produjo una especie de explosión que desplomó una parte de los gaviones, generándose los derrumbes, primero de las cimientos de las casas y luego de las viviendas.
Relata que como ya la crecida les había obligado a salir, cuando se registraron los derrumbes ellos estaban fuera, evitándo así muertes.
Como la mayoría de los que dieron su testimonio, Méndez Rodríguez dice estar agradecido “del Presidente y de nuestro alcalde Chino Rojas, por la comida y porque han compartido con nosotros muy bien”.
Sin embargo, otro de los afectados, que se identificó como Ramón, y su esposa Natividad Martínez, tiene otra mirada.
“Los políticos son los culpables de que esto nos esté pasando, porque aquí hicieron unos apartamentos para llevarse a la gente de la orilla del río y se los repartieron entre ellos. Mi hermano perdió su casa y a mí se me fue la mitad de la mía”.
Cuenta que tiene 15 años viviendo allí y siente que el peligro se mantiene porque los gaviones no dan garantía de que no vuelva a ocurrir una situación similar.
“Estamos, como quien dice, en la calle, porque están esos gaviones, pero a medida que el río come por debajo esto se está hundiendo.
Estamos a la espera de las autoridades a ver si hacen algo por nosotros”, manifestó.
Más de 40 viviendas
Aunque los mismos vecinos se limitan a cuantificar como nueve las viviendas destruidas, con una simple mirada panorámica se observa que todas las que están al borde del río están en situación de peligro.
El presidente de la junta de vecinos del sector, un abogado de nivel socioeconómico más elevado que quienes viven en las zonas de mayor vulnerabilidad, explica que las viviendas deterioradas son alrededor de 40, algunas de las cuales están siendo reparadas por el Instituto Nacional de la Vivienda (Invi), pero que hay otras que simplemente requieren ser destruidas y las familias reubicadas.
“Siempre que se producen lluvias intensas nosotros nos ponemos en alerta, en vista de que ya han pasado otros eventos en que hemos tenido que salir de nuestras casas a otros lugares para protegernos de la furia del río”, explica.
Recuerda que en 2012 ocurrió otro desbordamiento que obligó a muchas familias a dejar sus casas.
Fue posterior a eso que las autoridades construyeron los gaviones, estructuras que no resistieron este desbordamiento.
El temor de los inquilinos
Dentro del grupo de víctimas por los efectos de las lluvias y la ancestral marginalidad en la que viven los moradores de las zonas afectadas, hay una especie de subgrupo que se mueve con cierta timidez, aunque no quieren quedarse olvidados. Se trata de los inquilinos, pues al no ser propietarios temen no ser tomados en cuenta en caso de que se ofrezcan soluciones habitacionales a los moradores de la zona.
“Nosotros vivimos aquí porque no podemos hacerlo en otro sitio. Por eso deben tomarnos en cuenta cuando vayan a hacer desalojos o a reubicar a las familias en otros lugares”, expresa María Reynoso Cabrera, quien ha asumido la vocería de los inquilinos.
Explica que hay alrededor de 20 familias en esta situación y que se lo comunicaron mediante una carta al Gobernador Provincial para que los tomara en cuenta ante cualquier plan que vaya a ejecutar el Gobierno.
Reynoso Cabrera señala que los inquilinos apoyan a los propietarios de viviendas que residen en las zonas afectadas, pero llaman la atención de que ellos son igualmente necesitados pues no tienen con qué pagar alquiler en otros lugares y es por eso que viven en las actuales condiciones.
El rostro de la solidaridad
Los residentes del municipio de Montellano ha asumido como suya la tragedia que han sufrido las comunidades asentadas en los alrededores del río Camú (que no es el mismo que serpentea la ciudad de La Vega, en el Cibao Central).
Las diversas organizaciones sociales de ese municipio se han volcado en ayuda a las personas afectadas y se han organizado en grupos para darles asistencia y coordinar la ayuda que viene de otras ciudades.
Así lo explica Olmedo Ventura, de la parroquia “Sagrada Familia”, quien indica que han distribuido entre las familias ayudas provenientes de otras parroquias, tanto de Puerto Plata, como de otras diócesis.
“La misma gente de aquí ha colaborado mucho, aunque he visto un poco de dejadez con el actual alcalde, ha faltado mayor integración para con la gente que está sufriendo”, expresó.
Los trabajos abarcan otras comunidades de Montellano, como es el caso del barrio Villa Melecia, donde también el mismo río Camú produjo daños cuantiosos.
Las aguas dañaron decenas de viviendas y los humildes ajuares que tenían las familias.
Señala que en esas comunidades nunca ha habido servicio de agua potable, por lo que se hace necesario dotarlos del mismo.
“Se está hablando mucho de lo que ha ocurrido aquí, y está bien, pero estos son problemas que hace mucho afectan a la gente”.
Replicar la Barquita
Las bondades del proyecto “La Nueva Barquita” ha llegado a Puerto Plata y por eso lo plantean como un modelo que pudiera ser replicado en la zona.
“Esta comunidad lo que requiere es un desalojo, porque si les reparan las casas, volverán a estar en peligro con otro temporal de lluvia.
Lo ideal sería que los desalojen, hagan un barrio aparte, destruyan esto y que siembren árboles”.
“Las Hijas de la Caridad”
La congregación conocida como “Las Hijas de la Caridad” tiene como principal carisma el trabajar por los pobres y por tanto han dando un paso al frente al momento de acompañar a estas personas.
A sor Maritza Almonte, una religiosa oriunda de Puerto Plata que llevaba más de 30 años sirviendo en otras ciudades, le tocó estar en su lar nativo en medio de esta tragedia.
“Hemos movilizado a las familias de nuestros estudiantes, a los relacionados con otros centros nuestros en otras partes del país para ayudar a estas personas, muchas de las cuales lo han perdido todo”.
Explicó que hay necesidades de cosas tan elementales como camas o colchones donde dormir, porque perdieron los que tenían con las inundaciones.
“El Gobierno tiene la responsabilidad de salir en auxilio de estas personas, pero nosotros como cristianos tenemos que ser solidarios con ellos y acompañarlos en la solución de sus problemas”, expresa la religiosa.