Han pasado diez días desde que los militares bolivianos “sugirieron” a Evo Morales abandonar el poder antes de cumplir su mandato.
Algunas personas, que hacen galas de demócratas, celebraron el hecho con el argumento de que Evo abusó de su poder y de que se había demostrado que el cómputo en las elecciones fue fraudulento.
Argumentaron, además, que no había tal golpe, sino la simple negativa de los militares a reprimir a los ciudadanos.
Pocos días después, la realidad les ha respondido con dureza. Jeanine Áñez, la presidenta interina que solo lo es porque los militares también “sugirieron” la renuncia de al menos cuatro personas en posición superior en la línea constitucional de sucesión presidencial, ya ha demostrado la verdadera naturaleza de su gobierno.
Apenas una semana después de recibir la banda presidencial de manos del general Williams Kaliman, emitió un decreto que pretende liberar de responsabilidad penal a los militares que participen en la represión de las protestas. Por otra parte, un ministro ha declarado que irá “a la cacería” de dos ministros del gobierno de Evo.
Mientras tanto, en Cochabamba la represión de los manifestantes contra el gobierno de facto dejó más muertos en una noche que el mes completo de la crisis que marcó el final del gobierno derrocado.
Con esto el golpe queda en evidencia y alerta a todos aquellos que se sientan tentados a favorecer soluciones militares para conflictos políticos. En el mejor de los casos, celebrar la interrupción de un mandato constitucional por la vía de la fuerza es imprudente.
El uso de la fuerza no soluciona las crisis, sino que les confiere otra naturaleza: lo que se debe resolver a través de los acuerdos imperfectos de la democracia queda en manos de quienes solo pueden usar la violencia y, por tanto, están condenados a emplearla para preservar su decisión.
Todo aquel a quien le brillen los ojos por lo sucedido en Bolivia debería reflexionar sobre el precio a pagar en las democracias en las que se salta de la sartén para caer en la llama. Después de todo, como la mona, el golpismo, aunque se vista de seda, golpismo se queda.