SANTO DOMINGO.-Pepín Corripio empezó a ser considerado como adulto en el año 1951, cuatro años antes de lo previsto (la mayoría de edad se alcanzaba legalmente a los 21 años) gracias a un acto de emancipación auspiciado por sus padres, Ramón Corripio y Sara Estrada, quienes tuvieron que salir del país para pasar algunos meses con la abuela, que se encontraba enferma.
Fue a partir de ese momento en que empezó a tener participación de responsabilidad en el negocio familiar, pero ya, según confiesa, tenía el conocimiento necesario para hacerlo.
“En mi caso no fue ninguna brillantez ni sobredotación intelectual para justificar que papá me diera la mayoría de edad para dejarme a cargo del negocio, pero lo hizo y agradezco la confianza y no lo defraudé; no hubo ninguna metida de pata en esos dos meses”.
En ese entonces se trataba de un negocio de provisiones, pero se fue diversificando, según fueron pasando los años.
Las crisis
La instalación del negocio familiar de manera individual (su padre Manuel y su tío Ramón se independizaron uno del otro en 1938), fue con un capital semilla de 3,000 dólares.
Un año después inició la Segunda Guerra Mundial y con ello el cierre de mercados importantes, por lo que tuvieron que sobrevivir vendiendo todo lo que estaba disponible para comprar. Todo era importado, ya que en el país solo se conseguían productos del agro dominicano.
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“En esa época papá lo que hacía era preguntar por lo que había disponible y que dieran permiso de importar desde Estados Unidos, porque ya de Europa no se podía”.
Luego el gobierno de Trujillo ideó cobrar por los permisos de importación, lo que implicaba que un mismo producto y las cantidades que hubiere disponible había que distribuirlo entre importadores.
Esto ocasionó que los comerciantes tuvieran que recurrir a intermediarios para obtener mercancías.
“El problema era tener mercancía de cualquier especie”. Otro de los momentos retadores para la familia fue la revuelta de abril de 1965.
Entre comerciantes corría el temor de una guerra prolongada y generalizada sin controles de ninguno de los dos bandos en pugna.
“Ahí aceleramos nuestras inversiones en República Dominicana, lo que era visto como un error por algunos de nuestros colegas empresarios.
En ese tiempo reinvertimos el dinero que teníamos. Durante la Revolución nos metimos en cuatro negocios que fueron excelentes”.
Como reflexión del momento sostiene, fruto de lo vivido, que siempre las grandes oportunidades han surgido después de periodos grandes de crisis. A ese apego al país atribuye una gran parte de las razones de su crecimiento empresarial.
Obviamente, no fue fácil.
A su madre Sara Estrada, la recuerda cumpliendo múltiples funciones a la vez. Era asistente, mecanógrafa, secretaria. Vivía arriba (en la casa) y abajo (negocio) en jornadas de tres turnos.
“De 6:00 de la mañana a 1:00 de la tarde. Volvía al negocio a las 2:00 menos cuarto y hasta las 8:00 de la noche y regresaba a las 9:00 de la noche a organizar para el día siguiente hasta que terminara”, confiesa.
Al pasar revista a sus años de intensa actividad, Pepín ha llegado a la conclusión de que entre las cualidades que más admira de las personas están la humildad y la sencillez, pues reconoce que todos somos compañeros de viaje por este mundo.
Entiende que se reflejan cuando de forma sincera se reconoce la participación de aquellos que hicieron posible el éxito logrado. Es tal vez la razón por la que lo logrado lo atribuye en primer lugar al país “donde hemos sido favorecidos por la acogida que nos dieron desde el primer día”.
A los emprendedores
A los emprendedores, Corripio les recomienda usar todo lo que hicieron los hombres de éxito cuando no tenían éxito.
“No lo que hicieron cuando ya eran exitosos, porque en ese momento hay un contagio que es atribuible al peso del dinero o de la relación.
Al país que hay que imitar no es al que es rico hoy, sino al país que siendo pobre se hizo rico”, declara Corripio. Su obra ha sido reconocida múltiples veces. La más reciente, la obtuvo del Senado que le honró por sus aportes al desarrollo de la cultura, la libertad de expresión y el respeto a los derechos humanos.
“Ángeles guardianes” de la unidad familiar
Ellas. Cuando Pepín Corripio habla del rol de las mujeres en su familia lo describe con una expresión: “han sido los ángeles guardianes de la unidad familiar”. Y las menciona por sus nombres: Sara (su madre), Ana María (su esposa), Lucía y Ana (sus hijas).
Agrega que han sido verdaderas columnas para el desarrollo en lo familiar y en lo empresarial. Declaró, además, que reúnen todas ellas las buenas cualidades de esposa, madre e hijas.
“Han desempeñado el papel de vigilantes para que los valores éticos, la honestidad y el cumplimiento se mantengan vigentes y cultivados en los miembros de la familia”.