No he aspirado ni he aceptado nunca propuestas para ser juez. Considero la función judicial cuasi sagrada, ideada para seres humanos excepcionales y capaces de ser terceros imparciales.
Además, no estoy hecho para horarios, estrujones, desplantes, confinamientos y menos para ostracismos por pelas disciplinarias inmerecidas. Ser juez debe ser de orgullo para quienes demuestran conocimiento, superación constante, disciplina, independencia y pasión, pudiendo poner su sello particular, como ocurre con José Alejandro Vargas, con sus jocosidades.
Hasta el pasado 8 de diciembre creía que Vargas no merecía durar 13 años como juez de primer grado y entendía que tenía condiciones sobradas para estar en las altas cortes, como lo he manifestado públicamente en ocasión de sus reiteradas y legítimas aspiraciones, cosa que, de hecho, nunca me pidió.
Sin embargo, el marcado interés del eterno juez de atención permanente en el rating judicial, de convertir la vista de la medida de coerción en una miniserie y permitir su notoria desnaturalización, ponen en duda la imparcialidad a la que está llamado por su función jurisdiccional. No lleva razón quien piensa que la sorna de un abogado y la complacencia con el poder es la forma de alcanzar un puesto supremo.
Es innegable que, en los hechos, la policía de la audiencia la tenía el Ministerio Público, que intervenía sin freno, función jurisdiccional capital abandonada por el juez para permitir el atropello sistemático de la presunción de inocencia de los imputados.
Basta ver las grabaciones para confirmar que Vargas, lamentablemente, inclinó la balanza a favor del Ministerio Público desde el inicio del proceso, cerrando toda posibilidad de defensa efectiva. Eso es grave.
La independencia judicial se expresa en cada actuación y decisión. La imparcialidad descansa en la integridad, que garantiza la legitimidad y credibilidad de la justicia. Un juez no debe buscar aplausos y sumar fans para lograr posiciones encumbradas. Los jueces no son justicieros.
La cortesía del juez exterioriza su respeto, su consideración y la tolerancia que debe a todas las partes del proceso, sin distinciones.
La imparcialidad del juez es contraria a la búsqueda de likes para evitar las criticas a sus decisiones. De lo contrario, su comportamiento atentaría contra los valores y sentimientos predominantes en la sociedad en la que realiza una labor cercana a Dios: juzgar a sus semejantes.