A la muerte, estigmatizada con la etiqueta de pérdida y dolor -con justa razón-, hay que “servirle su plato aparte”. Y es que, cuando nos toca de cerca, nos sacude y paraliza, al mismo tiempo que pone en perspectiva la vida, ayudándonos a ver y valorar las cosas realmente importantes, esas que no se consiguen con dinero, posición o seguidores en las redes.
A todos nos ha tocado perder a un ser amado. Es regla de vida. Sin embargo, a pesar de saber que lo único seguro que tenemos es la muerte, nunca estamos preparados para dar el último adiós, ni mucho menos vivimos agradecidos por esos segundos, minutos, horas, días, semanas y años que nos han regalado.
Al caer la tarde del viernes pasado, un buen hombre se fue sin despedirse. Rápida fue su partida, dejando a su paso sorpresa y pesar.
Los que conocimos al fotógrafo Tomás Paredes, que laboraba en el “Listín Diario”, podemos asegurar que fue un hombre noble, siempre con algo agradable que decir, trabajador y dedicado, con una sonrisa y palabra de aliento que regalar… la amabilidad indiscriminada hecha persona. Y, aunque estas palabras suenen a despedida, para él, esto no es un adiós, es solo un hasta luego.
Lo conocí hace 27 años, cuando se integró al equipo de “Ritmo Social” como asistente fotográfico, del cual ya formaba parte junto a Mónica Gutiérrez y Justo García.
Eramos los “4 Fantásticos” de las sociales de aquellos tiempos. Formamos -más que un gran equipo- una familia. Y a pesar de que nuestros caminos se separaron, nos seguía uniendo un sentimiento de cariño y respeto, ese que cultivamos con tanto esmero los cuatro años que nos tocaron trabajar juntos en el “Listín Diario”.
Al día siguiente, en un diplomado que estoy realizando, la profesora decidió despedir la clase con la reflexión del video “El frasco de la vida”. No era nuevo para mí.
Lo había visto. Es más, es una de las tantas filosofías de vida que he adoptado y que han hecho más felices mis días.
Pero poniendo en contexto lo que vivimos hoy en día y combinándolo con la partida de Tomás, es una descarga eléctrica que “remenea” la mata y nos recuerda qué es lo que debe ser realmente importante en nuestras vidas.
La lección que debemos aprender es atender y disfrutar de nuestras pelotas: la familia, amigos, salud y pasiones… lo demás, las piedras y arenas, son esas pequeñas cosas que deben tener un lugar, pero nunca ser más importante que nuestras pelotas.