No son pocas las ocasiones en que me veo en el espíritu y el cuerpo físico del señor Jesús Altagracia cuando despierta en medio de la absoluta oscuridad de la habitación y descubre, sorprendido, que su compañera no se encuentra a su lado. Pronuncia, entonces, su nombre, pero se queda aguardando una respuesta que no llega.
Con dificultad adelanta unos pasos vacilantes y, entonces, llama a su hija.
Pero tampoco hay respuesta. La habitación, el pasillo que conduce a las otras divisiones de la casa, le hacen pensar en un sepulcro, un lugar cerrado, oscuro y sin opciones.
Debía impedir que las tinieblas reinantes le obnubilaran la conciencia. Miró el reloj luminiscente: eran las 4.35. En dos horas, con la claridad de la mañana, era de esperarse que la luz también llegara a su febril existencia eclipsada por aquella hosca circunstancia de la desaparición de su hijo Armando” leemos en la página 45.
“Las calles enemigas” lleva ya tres reediciones.
Hace algún tiempo visité el soberbio y particularmente impresionante edificio que aloja la principal librería y distribuidora de libros de New York, Lectorum Publication Inc., muy cerca de la calle 14 y Unión Square.
Entablé conversación con una joven empleada a la que pregunté por la novela y me habló con asombro de los muchos ejemplares vendidos y las personas que preguntaban por el texto, ya agotado, como por el autor. Y la verdad es que se puede sentir alegría y satisfacción por el interés que despierta esta.
Nuestros libros, a los que traemos al mundo a veces con plena entrega y muchos sufrimientos, nos provocan también mucha satisfacción y alegría. He recibido decenas de correos y cartas de un número singular de personas formulándome diversas preguntas. No hay mayor satisfacción que esos intercambios a distancia y ocasionalmente presenciales.
Además de “Las calles enemigas” me escriben y llaman personas interesadas en conocer detalles de libros míos como “Sábado de sol después de las lluvias”, “Las puertas cerradas·” , “Estas oscuras presencias”, “Espera de penumbras en el viejo bar” y “La manipulación de los espejos”.
Entre los libros que mayor inquietud han provocado se encuentran “Bruma de gente inhóspita”, “En honor a mi muy querida Stella”, “Esquivos rostros de mujer”, “Espera de penumbras en el viejo bar”, “Estas oscuras presencias de todos los días” y “Cinco bailadores sobre la tumba caliente del licenciado”.
Hay que ser muy exigente consigo mismo y responsable hasta lo inconcebible con el oficio. Seguir adelante sin tomar en cuenta obstáculos que nunca dejan de estar presentes y al acecho.
Es importante no dejarse arropar por el cansancio, la insatisfacción, la tristeza, el abatimiento, el desencanto, el desconcierto, las frustraciones, la depresión, así como los sufrimientos que siempre nos aguardan agazapados en el camino.
Importa seguir adelante, no desmayar nunca, no dejarse atrapar por el desencanto o el desaliento. Confieso que cada uno de mis libros me ha provocado tantos sufrimientos como satisfacciones inenarrables.
Lo más significativo es sentirse en la necesidad, la obligación y el deber de seguir trabajando y no detenerse ni conformarse con poco.
No hay que desmayar porque la verdadera satisfacción nos aguarda en el camino y tarde que temprano nos alcanzará. Esa es, en definitiva, la mayor de las esperanzas y el verdadero premio de quien se entrega de lleno a un oficio desbordado de tantas expectativas, tantas esperas, sufrimientos y amarguras.
Ser un creador compensa el elevado precio a pagar por haber sido designado por la vida, por Dios, por el destino en una actividad que nos exige todo, pero que no es mucho lo que nos devuelve como compensación. Solo que esa es la vida y sus reglas y expectativas no son precisamente las nuestras.