La xenofobia y el gobierno

La xenofobia y el gobierno

La xenofobia y el gobierno

Las últimas semanas han visto repuntar el discurso xenófobo en la República Dominicana. No me refiero a las posiciones conservadoras sobre el problema migratorio sostenidas por quienes, no obstante, son capaces de expresar sus desacuerdos razonablemente.

El problema no son ellos. El problema es, al igual que en otras democracias a nivel mundial, un grupúsculo que aprovecha el efecto multiplicador de las redes sociales para arropar con su odio el debate público nacional.

Como no han logrado apoyo en las urnas, ni son capaces de sostener un proyecto político independiente, han dedicado los últimos meses a agitar las redes con la esperanza de que esa capacidad les haga útiles a quienes sí puedan ganar elecciones.

Hasta ahí es la misma historia de siempre. Lo lamentable es que en esta ocasión tanto el oficialismo como la oposición han decidido hacer mutis, permitiendo con su silencio que ese discurso parezca contar con su beneplácito.

Quizás lo hacen porque no quieren verse envueltos en una controversia con actores que no tienen nada que perder, mientras ellos arriesgarían su reputación. Es un error, la historia demuestra que no es posible apaciguar el apetito de ese monstruo.

Es insaciable, y tarde o temprano morderá la mano que le da de comer.
Pero si la clase política en general tiene que cargar con su cuota de responsabilidad, la más importante y determinante recae sobre el Gobierno.

Es inaceptable que permita este estado de cosas. La libertad de expresión es la piedra angular de la democracia, pero tiene límites.

La apología del odio nacional y racial no forma parte del ámbito de expresión protegido. Enfrentar la situación es responsabilidad de todos, pero primero del Gobierno, que está en la obligación de asegurar un clima democrático en el que la xenofobia no sea la moneda de cambio ordinaria.

Lo menos que debe hacer el Gobierno es rechazar públicamente esa campaña de odio y garantizar la integridad física de las personas que son objeto de ella.

Estoy claro en que el cálculo político es parte natural y saludable de la vida en democracia. Pero hay problemas que, de no enfrentarse cuando son complicados, terminan obligando a solucionarlos cuando son casi imposibles. Este es uno de ellos.



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