Si como suele decirse, la voz del pueblo es la voz de Dios, resulta que para el país que se atribuye a sí mismo el título de “campeón de la democracia” y dice ser la cabeza y el guardián del mundo libre, la voz del pueblo no significa nada. Ni siquiera la voz del mundo le merece ningún respeto.
La Asamblea General de las Naciones Unidas acaba de aprobar una vez más, y ya van treinta y dos veces, demandar del Gobierno de Estados Unidos poner fin al embargo económico que desde hace ya más de sesenta años mantiene contra Cuba.
Ciento ochenta y siete votos contra dos fue el resultado de la votación en la Asamblea y vaya usted a saber cuál fue ese país que votó junto al Gobierno yanqui, Israel, su socio, ese experto en el genocidio y la matanza y maestro reincidente en eso de desafiar los mandatos de la ONU.
abló el mundo. Pero esa resolución será ignorada como tantas otras. Porque, como lo dijo Raúl Roa, el histórico canciller de la dignidad y lo subrayó Fidel en la Segunda Declaración de la Habana, los gobernantes norteamericanos tienen un concepto filibustero del derecho.
Estados Unidos quiso demostrar que la reforma agraria en Cuba era un fracaso y recurrió al bombardeo de bacterias para afectar la agricultura.
Que el sistema económico no funciona y para eso bloquea el ingreso de las remesas, dificulta el turismo, pone trabas al intercambio comercial y obstaculiza la libertad de navegación.
Ningún barco propiedad de una empresa naviera se arriesga a transportar petróleo para aprovisionar las plantas generadoras de energía, porque de hacerlo se expone a severas sanciones e incluso debe abstenerse de tocar puertos norteamericanos durante seis meses. Y entonces se culpa al Estado cubano por los apagones. De ese cerco económico no escapa ni la medicina.
No sé cuál otro pueblo ha pasado por una experiencia tan brutal y prolongada como la que han sufrido los cubanos. Lo que nadie debe dudar es que, con su firmeza, su alto sentido de la dignidad nacional y el patriotismo, han derrotado las esperanzas de quienes esperaban verlo sublevado contra el Gobierno.
Aun con sus grandes precariedades y sus inconformidades comprensibles, ese pueblo ha resistido y se ha hecho digno de que el mundo se pronuncie en su favor, como acaba de hacerlo en la Asamblea General de la ONU.