Entre tantas doctrinas, religiones y creencias se hace difícil entender cuál es el tipo de vida que debemos llevar para agradar a Dios, pues mientras unos dicen que algo es permitido, otros lo condenan.
Así, por ejemplo, se dan discusiones de si son más santas o menos aquellas personas que usan ropa larga o corta, las que visten a la moda o van al natural, y muchas otras cuestiones que son más de tipos culturales que espirituales.
Pero es necesario entender que en “la viña del Señor” hay iglesias y doctrinas para todos los gustos y colores, a fin de que nadie tenga excusa s o señale impedimento para establecer una relación con el Creador.
No obstante, se debe tomar en consideración que la voluntad de Dios es nuestra santificación, según 1 Tesalonisenses, capítulo cuatro.
“Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación”, indica la misiva escrita en el año 51 d.C. en el verso siete.
Pero ¿qué es la santificación? primero debemos empezar por señalar que la santidad es, literalmente, poner aparte a alguien o algo para un uso o propósito especial, o sea que ser santo significa “estar apartado para Dios”.
De igual forma la santificación es el acto o proceso de adquisición de la santidad, es decir, el modo, proceso o la vida que el creyente debe vivir para ser calificado como santo.
Pablo, Silvano y Timoteo explican en la carta a los Tesalonisenses que la vida que agrada a Dios es aquella que conduce a adquirir la santidad: apartados de fornicación, cada uno con su propia esposa (o esposo), no en pasión de concupiscencia, y sin engañar en nada a su hermano; “porque el Señor es vengador de todo esto”.
Así termina esa exhortación advirtiéndoles a los tesalonisenses (y hoy a nosotros) que “el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo”, V.8.
Dios, por medio a su palabra, nos exhorta a ser obedientes y buscar fervientemente la santificación, que según 1 Pedro 1:15, debe ser aplicada a toda nuestra manera de vivir, como también lo hizo Jesús, por medio a quien recibimos la santificación y redención (1 Corintios 1:30).