El fenómeno de las redes sociales ha cambiado la forma de hacer negocios, política y de socializar. Aunque tengan incidencia en lo cotidiano, las tendencias que se marcan en Twitter o lo que circula en Facebook o en Instagram, hay que recordar que estas comunidades de la esfera virtual no son la vida y no pueden sustituir la interacción cara a cara o acabar con la prudencia.
Lo virtual está sustituyendo la comunicación y al diálogo y afecta la empatía y la compasión imprescindibles en la convivencia humana. Un estudio de la Universidad de Wageningen en Países Bajos concluyó que la humanidad está abandonando la razón que está siendo sustituida por la emoción gracias a la postverdad y las redes sociales.
El exceso de emoción es lo que predomina en todas las redes. Todo se quiere ventilar en ellas sin diferenciar la vida del ciber espacio de las experiencias de cada día.
Hemos llegado a extremos tales que se están ofertando por internet existencias virtuales con avatares, propiedades y espacios de socialización que seguirán profundizando la dependencia humana a las tecnologías de la información y la comunicación.
La adicción tecnológica y la tendencia a expresar absolutamente todo en las redes está robando el coto vedado de intimidad y privacidad de la vida personal y familiar. Los casos de la foto de Mario Sosa y de Masiel Taveras son un ejemplo de ello.
Elegir las redes para compartir fotos privadas de la vida marital o para insultar con un video a una hermana exponiendo un conflicto familiar no resuelto nos alerta sobre la necesidad de reflexión respecto al cuidado y al debido uso de las tecnologías para no afectar y exponer a otros.
La tolerancia no es lo más común en las redes. La indignación, la crítica, la burla y el odio parecen ser su principal norte. Hay gente que está ganando fama ridiculizando y dañando.
No hay que buscar like al precio de desnudar interioridades, pero tampoco convirtiéndose en verdugo de los errores de los demás.
En este mundo mediatizado por lo virtual, hay que despertar a la vida real, encontrarla y reinventarla desde la cordura. Como dijo Albert Einstein, si no chocamos con la razón nunca llegaremos a nada.