Un amigo ajedrecista solía decirme: “La vida es como una partida, si haces lo que el otro quiere obligarte, ¡pierdes!”.

Lo recordé ayer al conocer que una prieta garrapata, que furiosamente me difama e injuria de vez en cuando, casi deportivamente, hasta llamándome perro y otros insultos, volvió a ocuparse de mi en su programa de escaso rating.

Dizque anda mendigando “su” decreto. ¡Cuánto gadejo! Aparte de casi ignorarlo y, aunque no lo crean, orar por él pues sólo un alma muy atormentada se retuerce así, ¿qué caray puedo contra tanta furia y resentimiento atávico? Pues les diré.

Puedo acabar rápidamente esta columna para “sacar del sistema” ese ruido azaroso. Puedo agradecer a Dios por mis padres, mi crianza, mi familia, mi trabajo que nunca ha dependido del gobierno pese a una década de servicio público remunerado, mis amigos todos con visa, varios reconocimientos soñados por cualquier escritor, tener salud, disfrutar cocinar y el canto de las aves.

¿Qué decía yo? Nada, nada importante… Realmente, ¡la vida bien vivida es bella!