La victoria de Trump puede parecer una sorpresa, pero es fruto de un elaborado trabajo de marketing político.
Tal vez veíamos a ese candidato como «un loco viejo», pero las cosas que hacía eran finamente planificadas.
Su discurso xenófobo podía desagradarnos. Pero a los norteamericanos que se han visto desplazados, a los que se ven como el Estado tiene que dar servicios a muchos inmigrantes ilegales, en perjuicio de la inversión en los norteamericanos. Para ellos ese discurso era muy bien recibido.
Arremetió contra los inmigrantes ilegales, pero esos no votan. Incluso, muchos inmigrantes que son ciudadanos norteamericanos se han visto perjudicados por la inmigración ilegal.
Su discurso era inhumano, pero fuertemente nacionalista. Y claro, un país que mata, que arrasa con naciones, para extender su red de explotación, era entendible que prefiriera lo nacional por encima de lo humano.
Así mismo su planteamiento de que sacará las empresas norteamericanas de los países donde están para llevarlas a EEUU puede molestarle a los de afuera, pero le agrada a los de adentro, que son los que votan.
Los ciudadanos norteamericanos que con sus impuestos financian guerras, que envían con orgullo a sus hijos a invadir otros países, no les importa mucho que se arruine el mundo mientras ellos puedan estar mejor. Claro, vivimos en mundo globalizado donde el problema de uno le llega al otro, pero ese pueblo no conoce mucho de eso, el norteamericano prometido es inculto, fruto de un sistema educativo que lo ha hecho así.
Trump es un ejemplo de un uso eficiente del marketing político. Y ese fenómeno debe servir para que entendamos la importancia de hacer una política más científica.
No siento simpatía ni por demócratas y ni por republicanos, al final la política exterior norteamericana es la misma historia de explotación y abuso. Se ha mantenido invariable desde que iniciaron con su expansión imperial.
Estados Unidos nunca resolverá nuestros problemas, todo lo contrario, es nuestro principal problema.