El pasado domingo los brasileños celebraron la segunda vuelta de unas elecciones presidenciales marcadas por la polarización.
El vencedor, por un margen ajustado, fue Luiz Inácio da Silva, “Lula”, quien retorna a la presidencia por vía de la cárcel. El perdedor fue Jair Bolsonaro, un presidente ultraconservador que dedicó sus años de mandato a lo mismo que ha dedicado su vida política: diluir las instituciones democráticas brasileñas.
Para muchos esto es una sorpresa, dado que Lula fue el epicentro continental del caso Odebrecht y llegó a ser condenado a la cárcel por Sergio Moro, otrora paladín de las causas anticorrupción. Pero lo que saben muchos brasileños, e ignoran u olvidan quienes no se quedaron hasta el final de la película, es que Lula es hombre libre porque el Supremo Tribunal Federal (STF) de Brasil consideró que Sergio Moro había actuado con parcialidad, llegando incluso a asumir un caso que no era de su competencia para forzar a una condena segura. Como premio, Bolsonaro lo nombró Ministro de Justicia. El negocio entre ambos fue demasiado burdo.
Estas violaciones a la ley crearon tantas dudas sobre su labor que el STF anuló todas las sentencias contra Lula. Las pruebas de la prevaricación de Moro se profundizaron cuando se hicieron públicas sus instrucciones subrepticias e ilícitas a los fiscales sobre cómo debían presentarle el caso para que él pudiera condenar.
Destruida la confianza en la condena a Lula, este se convirtió en un símbolo de esperanza por tiempos mejores. Y no sólo para la izquierda, sino para aquellos que priorizan la democracia sobre la ideología.
Bolsonaro forma parte de una especie de Internacional Autoritaria que asume que las elecciones sólo son buenas si ellos ganan, que todo vale en el ejercicio del poder, incluso la perversión de los sistemas de justicia para anular a los adversarios.
Tanto es así que el mismo día de las elecciones, sabiendo que serían cerradas, usó a la Policía de Carreteras para dificultar el voto en los bastiones lulistas.
Es por esas cosas que la victoria de Lula es un aliento para la democracia brasileña. Frente a condenas dudosas por un juez prevaricador se encontraban amenazas reales y concretas a la democracia de un presidente autoritario y su claque. La coalición de Lula no fue de izquierdas, fue de demócratas, de eso se trataban esas elecciones. Y todos debemos tenerlo claro.