MANAGUA, Nicaragua. Si usted cierra los ojos y recorre con la mente y el corazón la historia de la República Dominicana, su estado de ánimo oscilará entre el orgullo y el abatimiento.
El nuestro ha sido un pueblo heroico, que, incluso desde fechas muy lejanas, ha luchado sin descanso por un presente y un futuro dignos para sus hijas e hijos, nacidos al amparo de un cielo azul maravilloso, un mar de ensueño, llanuras y montañas como esculpidos por manos amorosas y la mirada sonriente de Dios.
Pese a las tantas adversidades, el país ha renacido una y otra vez tras confrontar las circunstancias más adversas y complejas.
Quizás seamos el único país en las Américas obligado a permanecer vigilante las 24 horas del día y la noche bajo la amenaza y asechanza incansables de gente que no nos quiere ni nos desea ningún bien.
Hemos sido invadidos, asesinados, saqueados y abatidos por propios y extraños cuando no por fenómenos naturales. Muchos de nuestros malos hijos han asesinado, abusado y explotado nuestros recursos, capacidades, riquezas, mientras el pueblo se ha degradado y arruinado en la necesidad. Hemos llegado a los límites.
Esas fueron las razones por las que, en las circunstancias más difíciles, los dominicanos derrotaron al partido y al gobierno que detentaron el poder desde el 1996 al 2000 y del 2004 hasta el 2020, con absoluta certeza uno de los más depredadores, abusivos y corruptos de toda nuestra historia.
Es responsabilidad y culpa de los gobiernos que se ejecutaron bajo el amparo del peledeísmo, su liderazgo máximo, la gran totalidad de sus dirigentes y sus seguidores los abusos más escandalosos y descarados contra el pueblo dominicano y la degradación moral más ominosa y perversa que se conozca en la historia contemporánea de la República Dominicana.
El solo hecho de pensar que esa gente y su claque de mafiosos y corruptos impenitentes retornen al poder deviene en una monstruosa ofensa para cualquier dominicano que se precie de amar su país.
En este contexto, la esperanza de dejar atrás el subdesarrollo, las limitaciones y distorsiones sociales, enfrentar la grave amenaza que nos observa con ojos retorcidos desde la frontera, la desatención a los desamparados y la miseria material y espiritual de la que es víctima un elevado porcentaje de nuestra población, la simboliza en los hechos y en las ideas el presidente Abinader.
Pero es preciso hacer la advertencia de que los males históricos del país, la corrupción de Estado, el enriquecimiento ilícito, el subdesarrollo, el hambre y la miseria, los abusos del poder y la degradación moral y espiritual del pueblo dominicano solo pueden detenerse para siempre si la conducción del Estado reposa en las manos de personas que aman de verdad a la República Dominicana y quienes han dedicado lo mejor de sí para que podamos emerger del abismo con la bandera tricolor en alto.
Me refiero específicamente al presidente Abinader y aquellos que le rodean y son copartícipes de estas ideas y de esta actitud. Si nos equivocamos, nada ni nadie podrá salvarnos. Si escogemos el camino equivocado se habrá perdido para siempre la posibilidad de un rescate en todos los órdenes de los sueños e ideales del pueblo dominicano y de nuestros mártires, patriotas y pensadores, situando siempre en el primer lugar a nuestro Juan Pablo Duarte.