Ciudad del Vaticano.- Benedicto XVI está rodeado, en estos momentos tan delicados, de la que ha sido su “familia” en sus casi 10 años de retiro en la residencia Mater Ecclesiae, en los jardines vaticanos- las cuatro mujeres que siempre le han atendido, el enfermero fray Eligio y su fiel secretario, monseñor Georg Gänswein.
Desde el 2 de abril de 2013, cuando Joseph Ratzinger regresó al Vaticano como papa emérito tras pasar una temporada en la residencia de Castelgandolfo después de anunciar su renuncia el 28 de febrero, no se han separado de él.
La cuatro mujeres son laicas consagradas del instituto “Memores Domini”, que pertenece al movimiento Comunión y Liberación. Se ocupan de las tareas domésticas y de las necesidades del papa, junto a su médico personal durante su pontificado, el cardiólogo Patrizio Polisca, y al monje fray Eligio, quien le ha ayudado a levantarse y tumbarse todos los días, entre otras tareas.
Si en algo han destacado en las cuatro cuidadoras de Ratzinger ha sido en su discreción- se las ha visto en público en contadas ocasiones, tan solo en alguna ceremonia junto al papa alemán en la plaza de San Pedro, donde se perdían entre los fieles.
Ellas se han ocupado de cubrir todas las necesidades del pontífice emérito en la casa Mater Ecclesiae, donde Benedicto XVI no tuvo el “mayordomo” o el ayudante que tenía cuando era pontífice. A pesar de sus compromisos como prefecto de la Casa Pontificia, una especie de jefe de protocolo de la Santa Sede, cargo que después abandonó, Gänswein ha seguido viviendo con Benedicto XVI y acompañándole en sus fechas más señaladas o incluso durante alguno de sus paseos, cada vez más raros en el último periodo.
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Por esta residencia, que antes de la llegada de Benedicto era un pequeño y coqueto monasterio rodeado de flores y limoneros, también han campado a sus anchas los dos gatos de Benedicto, “Zorro” y “Contessina”, que el papa alemán se llevó a su retiro.
Son muchos los que se han acercado hasta esta residencia para visitar al pontífice, casi siempre estudiosos o periodistas con un libro para enseñarle o algún que otro regalo o consulta. Sus fotografías y “selfies” con el papa emérito fueron las pruebas que sirvieron para acallar los rumores de que Benedicto XVI había muerto y el testimonio de que poco a poco se iba apagando.
Quien no dejó de visitarle a pesar de su edad, tres años más mayor, fue su hermano Georg, ya fallecido, y que no se perdió ni un cumpleaños de Joseph. Las dos únicas veces que Benedicto XVI salió del Vaticano, o al menos las que se saben, fueron cuando fue al hospital Policlínico Gemelli de Roma el 4 de enero de 2014 para visitar a su hermano a quien habían ingresado para someterse a unos controles médicos.
Después en 2020, cuando viajó a Alemania a despedirse de Georg, quien falleció poco después. Sólo en los últimos tiempos, cuando su salud ya era muy frágil, dejó de celebrar los cumpleaños, una cita que se había convertido en una tradición- las jarras de cerveza bávara y la música típica de la región alemana rompían la monótona vida de meditación y oración de Benedicto XVI en Mater Ecclesiae.
Quien ha podido visitarle cuenta que su abrigo y su gorra totalmente blancos, color que seguiría vistiendo tras la renuncia, estaban siempre colgados en el recibidor y preparados para el cotidiano paseo.
También notaron que Benedicto XVI mantenía una de costumbre antiquísima alemana, recogida en el antiguo Ritual Romano anterior al Concilio Vaticano II, para el día de la Epifanía y era escribir en la puerta una inscripción con las dos primeras cifras del año, luego «+C+M+B+” (las iniciales en latín de Christus Mansionem Benedicat o Dios Bendiga esta Casa) y, finalmente, las dos últimas cifras del año.
Cuando estaba mejor físicamente llegaba hasta la copia de la gruta de Lourdes que hay en los jardines vaticano donde se detenía a rezar ante la virgen y, aunque después acortó sus salidas, no dejo nunca de darse “su paseito” en silla de ruedas.
También se hizo llevar a su residencia su piano y cuando le respondieron las manos siguió tocando sus piezas preferidas de Mozart y Bach. No podía hacer en los últimos años como reconoció Gänswein, pero siempre siguió diariamente escuchando música.
También ha seguido leyendo, primero solo y después ayudado por su secretario en la Mater Ecclesiae, adonde llegaba la prensa italiana, pero también los diarios alemanes “Frankfurter Allgemeine” y “Die Welt».