Hace años leí en el libro “La pasión turca” de Antonio Gala una contundente frase que nunca he olvidado: “a la soledad de quien está soltero le queda siempre la esperanza, a la soledad de quien está acompañado sólo le queda la desesperación”.
En aquel momento de mi vida, leer ese texto fue un sacudión que me permitió ver un gran bosque verde en vez de hojas secas y flores mustias. Después de todo es mejor una soledad llena de esperanza. Muchas personas son educadas para que, a pesar de todo, tengan y mantengan a alguien a su lado, no importa qué pero…
Vivir con una pareja y sentirse solo o sola, es triste, es agotador, es desolador.
¿De qué vale estar acompañada o acompañado cuando sabes que la persona que está a tu lado está en su propio mundo en el que no estás tú; que tiene otros intereses entre los cuales no estás tú; cuando tu pareja te vive recriminando quién eres y lo que haces; cuando castra tus ideas e iniciativas; cuando se dirige a ti con palabras denigrantes y ofensivas; cuando sientes que toda la responsabilidad del hogar y/o la relación la llevas tú; cuando cada quien está en lo suyo; cuando prefieres hablar con todo el mundo menos con tu pareja?
Y sin embargo…
Hay muchas personas que viven esta soledad “de quien está acompañado” sea por las razones citadas o por otras muchas más.
Uno de los padres de la Terapia Familiar, Murray Bowen, llamó “divorcio emocional” al mecanismo a través del cual la relación “se hace más cómoda”. En el divorcio emocional, cada miembro de la pareja guarda la distancia, evita las decisiones conjuntas, busca actividades individuales y comparte los pensamientos íntimos y los sentimientos con familiares, amigos, hijos y otras figuras externas.
Esta situación de pareja es más común de lo que cualquiera podría pensar y paradójicamente quienes más sufren son aquellos a los que más se busca proteger: los hijos.
“Me embarga una profunda tristeza cuando me encuentro con estas familias” escribe una de las principales teóricas y fundadora de la terapia familiar y autora genial, Virginia Satir. “Veo en ellos la desesperanza, la impotencia y su soledad; también el valor de quienes tratan de guardar las apariencias, una valentía que puede provocar la muerte prematura”.
Es Satir quien nos explica que toda pareja saludable, y donde existe el amor, tiene tres partes: tú, yo y nosotros; dos personas, tres partes y cada una de ellas hace más posible a la otra. En esta pareja el yo único que aísla e invisibiliza al otro, no existe. La soledad que lleva a la desesperación, tampoco.