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La trampa de la nostalgia trujillista

Ricardo Vega Por Ricardo Vega
📷 Ricardo Vega.

«¡Viva Trujillo!» A sesenta y cuatro años de la caída del régimen, las loas aún perduran. Cuando aparecen ribetean hasta lo gracioso. Aunque momentáneas, generan simulada empatía, salida de boca de quienes entienden que Rafael Leónidas Trujillo hubiera sido el único capaz de resolver los desafíos que enfrenta la sociedad dominicana de hoy.

La nostalgia es una de las más poderosas emociones. Conecta con las raíces, la identidad, la cultura. Y puede proporcionar consuelo en momentos de incertidumbre.

Una infancia recordada como época libre de preocupaciones puede omitir conflictos familiares o estrés escolar y centrarse únicamente en los juegos y momentos agradables.

Pero también, esa tendencia a la idealización del pasado, genera creencias no del todo fieles a los hechos. Genera una memoria selectiva. «Memoria rosada».

Muchas personas creen que las canciones de su juventud eran superiores a las actuales. Sin embargo, diversas investigaciones sugieren que este apego tiene más relación con la asociación emocional que con la calidad de las composiciones.

Otra razón. Como cada cual suele considerar su época de formación como un punto de referencia ideal, a medida que envejecen y la sociedad evoluciona, perciben esos cambios como amenazas a su estabilidad.

La narrativa nostálgica de «la era del Jefe» ignora que cada época tiene sus propias características y formas de interacción.

Los problemas actuales están más presentes porque se viven en tiempo real, mientras los del pasado se fortalecen en la distancia.

Los mitos también juegan su papel. Pero lo decisivo es el efecto del «halo retrospectivo». Ocurre cuando recuerdos positivos se prestan para que toda una época se perciba mejor de lo que realmente ha sido.

Se sesga y resalta el discurso de que durante la dictadura hubo una «mayor seguridad, estabilidad económica…», dejando de lado la represión, el luto, la sangre, el dolor; las víctimas, de la autocracia familiar gobernante de 1930 a 1961.

Al repasar, sin ser arrastrados por ninguno de los dos extremos, fanatismo e intolerancia radical, descubrimos que las loas al «generalísimo» están más relacionadas con el cómo se recuerda que con el cómo realmente se vivió.

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