Las brutales muertes de la pareja de cristianos Elizabeth Muñoz y Joel Díaz, del joven Robinson Méndez y recientemente de la arquitecta Leslie Rosado por policías, son solo un reflejo de la sarta de abusos de miembros de la institución del “orden” y del desvío de un cuerpo carcomido hasta los tuétanos.
Pero, aunque la mayor cuota de responsabilidad la tiene el gobierno, la seguridad ciudadana no es solo un problema de este. La violencia rebasa lo institucional. Hablar de reforma policial sin una profunda transformación social, educación para la paz, valores y obediencia a la ley, es predicar en el desierto.
Sin el conocimiento, conciencia y participación ciudadana en la solución, seguirá replicándose la tragedia dominicana. Pasarán años, anuncios, modificaciones legales, imperando la misma cultura autoritaria e irrespeto a los valores más preciados de la sociedad y perpetuándose el irrespeto y la desconfianza en la autoridad.
Las miserias institucionales de la Policía Nacional no se resuelven en un santiamén.
El problema es de gran calado, las respuestas estatales han sido coyunturales, de pronto despacho, milagrosas, mientras la inseguridad, de la mano de un cuerpo armado pensado para la defensa de un régimen más que de los ciudadanos, ahoga.
Depurar y dignificar sus miembros y reformar integralmente la institución, que de al pueblo confianza en la institución, es un reto de toda la sociedad, con el liderazgo del gobierno.
¿Qué hace un alistado fuera de servicio con un arma de fuego? No hay control del uso del arma de reglamento fuera de las labores policiales y fuera de esta ¿No es un macana un arma menos letal que una pistola?
¿Quiénes podrían en la policía tener un arma de fuego, en servicio o fuera de este? Oficiales y comandantes de patrullas, con capacidad, formación y experiencia, para poder detentar un arma y saber cuando está en riesgo su vida, serían los autorizados. La falta de control pone en evidencia la debilidad del régimen disciplinario.
La tragedia dominicana es que conocemos el problema y probablemente sus posibles soluciones; pero hemos sido incapaces de trabajar desde todas las trincheras para resolverlo. La solución a nuestra tragedia está en nosotros, las instituciones y el gobierno. La fiebre no está en la sabana. Con la condena de los alistados no basta.