La tragedia de las temporadas ciclónicas

La tragedia de las temporadas ciclónicas

La tragedia de las temporadas ciclónicas

Roberto Marcallé Abreu

El espíritu se estremece ante las escenas de desprotección y miseria de las que somos testigos en estos días de “temporada ciclónica”.

La devastadora realidad perturba y conmueve.

Ríos desbordados que multiplican sus cauces y arrastran con cuanto tropiezan sus airadas corrientes. Personas impotentes, aterradas, que observan cómo sus frágiles viviendas se desmigajan.

Automóviles cubiertos por las aguas. Arboles caídos, tendidos eléctricos desparramados sobre el asfalto y la tierra. Calles y carreteras intransitables. La asistencia tarda demasiado en llegar.

Ha llovido más allá de lo concebible. Desaguan las presas y el caudal de ríos, riachuelos, cañadas y arroyos se agiganta.

Las escenas se suceden.

Un niño de meses sobre un trozo de colcha espuma en la salita de una casucha al borde del colapso. Mujeres vestidas de miseria cargando bebés desnudos.

Personas de todas las edades cuyos rostros son máscaras de impotencia. Centenares de casas anegadas, algunas hasta el techo. Infelices luchando con el agua marrón de calles como ríos.

Colchones empapados, arrojados inservibles sobre el fango. Personas recostadas en el piso de un refugio sobre endebles colchonetas de dos pulgadas. Una señora que pelea y se resiste a abandonar su vivienda por miedo a los robos.

En barrios de Santiago, San Francisco de Macorís, San Pedro, Samaná, Santo Domingo, Mao, El Seybo, en todas partes, las aguas inundan las casas y obligan a huir a sus habitantes.

Hay tantos lugares ignorados en los que gente abatida se queja de que las autoridades no las asisten.

En otros hay una presencia de miembros de instituciones entregados a hacer su trabajo de advertencia, ayuda, prevención, rescate.

Resulta imposible que, por intensa que sea su diligencia, estén en todas partes. El realidad es superior a todo lo previsto.

Asombra la vocación de servicio de muchos dominicanos, pese a las calamidades. Miembros de la Defensa Civil, de las Fuerzas Armadas, de la Policía, así como gobernadores, regidores, síndicos, diputados y senadores, hacen lo que pueden ante la situación.

Enfrentar estos fenómenos ha sido en parte un esforzado ejercicio de asistencia a ciudadanos demasiado pobres. Solo que son muchas las fallas, hace falta más personas y recursos.

Es imprescindible un diagnóstico actualizado sobre áreas vulnerables y sus moradores y la implementación de un programa de rescate masivo de las familias que residen en zonas deprimidas.

De lo contrario, esta tragedia se seguirá repitiendo cada año. Dejará de ser eso –una tragedia- en la medida en que las labores se coordinen con mucha antelación, se integre un mayor volumen de personas y se disponga de sustanciales facilidades.

Parece un reclamo absurdo, pero el planteamiento definitivo es edificar un país diferente. Para las mayorías, y principalmente para esos cientos de miles de personas que algunos califican como pobres de solemnidad, gente que vive en los límites de la pobreza absoluta y víctimas sin dolientes de una sociedad plagada de desigualdades e injusticias.



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