El sábado en que volvió a nacer, Yira González cenó tacos con sus amigos de la embajada. Nada más llegar, la multitud se comenzó a aglomerar.
Entre carnitas, chilaquiles y margaritas veían a los jóvenes llegar, con disfraces inocentes –dinosaurios y tortugas “ninja”– terroríficos –muchos “heridos” con “sangre” corriéndoles los rostros– e indiscretos.
Más de 100 mil llegarían esa noche al barrio de Itaewon, en el centro de Seúl, convergiendo en una callejuela más bien ordinaria, rodeada de bares y restaurantes.
Nada más cenar, Yira se quiso entremezclar en el desfile que desde hace rato contemplaba.
No había caminado dos minutos cuando comenzó a sentirse apretujada. “Me falta el aire”, dijo a sus colegas. “Salgamos rápido de aquí”.
Justo en ese momento comenzaban a sacar los primeros cuerpos desvanecidos, con los rostros enrojecidos por haber sido exprimidos en el lento, pero mortífero tumulto.
“Están colorados y desmayados… ¿Será por haber bebido demasiado?”, se preguntaba mientras recuperaba el aliento.
Tantos eran los que salían y tan pocos los que sabían cómo dar primeros auxilios que, cuando llegaron las ambulancias, ya era demasiado tarde.
La policía la hizo quedarse donde estaba por horas y horas, hasta que la dejaron caminar de madrugada, demasiado tarde para un metro y demasiado temprano para un bus.
Varios kilómetros más tarde, apareció un taxi, cobrándole el triple de lo normal. Es la “carga por congestión” que cobran los choferes de la economía “gig” en todas partes.
En casa la esperaban su madre, ya jubilada y sumamente preocupada por la tardanza de su hija, junto a su criatura de tres años.
Cientos de muertos y muchos más heridos fue el saldo de la tragedia de Halloween en Itaewon.
Japón y en Hong Kong vivieron situaciones similares en la década de los 90s, con un saldo igualmente trágico aunque no tan numeroso.
Allí adoptaron, sin demora, normas para el control de multitudes en situaciones callejeras como la vivida ahora en Seúl.
Cerrando totalmente las calles para el tráfico vehicular, de forma tal que las personas no tuvieran que aglomerarse en poco espacio.
Manteniendo el flujo de peatones en una sola dirección, para evitar los empujones y aplastamientos, con policías en el medio de la calle dispersándolos.
Y asegurando la presencia de suficientes ambulancias, paramédicos y vigilantes, para así responder sin dilación ante cualquier emergencia.
Las ciudades podrán tener números para emergencias y la videovigilancia, así como gestionar inteligentemente sus ciudades.
Pero atender llamadas, monitores y algoritmos requiere tener disponible personal capacitado para responder cuanto antes.
Esa noche el personal estaba disperso, atendiendo manifestaciones políticas, impidiéndoles prevenir la tragedia y responder con rapidez.
Desde esa noche, la bandera dominicana ondea a media asta en la embajada, en solidaridad con tantas familias enlutadas por la pérdida irreparable de tantos jóvenes inocentes.
Por fortuna, Yira, ya en casa, pudo vivir para contar a su hija y a su madre la triste historia de su trágica noche de Halloween en Itaewon.