La superación de la muerte

La superación de la muerte

La superación de la muerte

José Mármol

En su ensayo “Homo Deus. Breve historia del mañana”, Juval Harari nos habla acerca de un grande y nuevo proyecto: superar la muerte.

Una apuesta por la inmortalidad que de un tiempo a esta parte vienen sustentando pensadores e investigadores adheridos a corrientes como el transhumanismo y el poshumanismo.

Una de las ideas troncales del ensayo descansa en que una vez ganada la batalla de reducir la mortalidad a causa del hambre, la enfermedad y la violencia o guerra, ahora hemos de dedicarnos a superar la vejez y vencer la muerte.

“Después de haber salvado a la gente de la miseria abyecta, ahora nos dedicaremos a hacerla totalmente feliz. Y después de haber elevado a la humanidad por encima del nivel bestial de las luchas por la supervivencia, ahora nos dedicaremos a ascender a los humanos a dioses, y a transformar Homo sapiens en Homo Deus.” (Debate, 2017, p. 32).

Para este pensador judío, nuestra modernidad como era no es más que un pacto, que firmamos con nuestro nacimiento y pone diques y controles a nuestra vida hasta el instante de la muerte. Rescindir o trascender ese pacto es asunto de muy pocos.

Este pacto va modelando “nuestra comida, nuestros puestos de trabajo y nuestros sueños, y decide dónde habitamos, a quién amamos y cómo pasamos a mejor vida”. (p.225). Y todo ello, bajo la testaruda creencia de que el crecimiento económico es lo esencial a toda costa en la sociedad presente.

Incluso, aunque merezca la muerte.
Un transhumanista sostiene que el ser humano que durará mil años de vida ya nació. Tendremos, una vez derrotada la muerte por los avances tecnológicos y la ingeniería genética, seres amortales y no, precisamente, inmortales. No obstante, se mantendrá un déficit: el de la felicidad.

Como paliativo a lo aburrido de una probable eternidad vital, deberíamos universalizar el cálculo de la Felicidad Interior Bruta (FIB), en vez de continuar esclavizados por el cálculo aberrante del producto interior bruto (PIB).

Estas desviaciones, sustenta el historiador, son culpa de la evolución, porque a lo largo de incontables generaciones, nuestra naturaleza y su sistema bioquímico se adaptaron para el aumento de nuestras probabilidades de supervivencia y reproducción, no precisamente el aumento o conquista de nuestra felicidad.

Imbuido de un catastrofismo apocalíptico y delirante, Harari sostiene que el ascenso de humanos a dioses, alcanzable por las vías de la ingeniería biológica, ingeniería cíborg e ingeniería de seres inorgánicos (algoritmos y códigos), hará posible que la tecnología empuje una remodelación de la mente humana, a tal punto que Homo sapiens desaparecerá.

Esto implicará el final de la historia humana y el advenimiento de “un tipo de proceso completamente nuevo, que la gente como el lector y yo no podemos ni imaginar.” (p. 59). Esta es la semilla mortal que contiene el auge actual del humanismo.

Porque parece inevitable que los humanos seamos reemplazados, hasta llegar a la insignificancia, por robots. “Para comprender todo esto debemos retroceder e investigar quién es realmente Homo sapiens, cómo el humanismo se convirtió en la religión dominante en el mundo y por qué es probable que intentar cumplir el sueño humanista cause su desintegración. Este es el objetivo esencial del libro”. (p.81).

Vencer el misterio de la muerte; convertir la vida en algo absolutamente manipulable y controlable desde el punto de vista del cálculo y la genética; es más, reducir la vida misma a la dictadura lógica de un algoritmo bioquímico parecen ser los desafíos que adornan el dintel que ha de trascender el humano para convertirse en Homo Deus.

En esa hipótesis, en suma, arriesgada, deposita Harari su prestigio como historiador. ¿O como prestidigitador?



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